La rueda

La política del chismorreo

FRANCESC ESCRIBANO

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Me explicaba un agricultor del delta del Ebro, recordando la vida y la gente de antes, cómo eran las peleas de lavadero. Me explicaba que en su pueblo, cuando dos mujeres tenían un conflicto, lo resolvían a hostias. Era así como se hacían las cosas en el mundo de antes. Eso sí, lo más importante, antes de pasar a la acción y tirarse del moño, era decir «la palabra». Decirla era fundamental. No se podía llegar a las manos si antes no se había pronunciado la palabra que lo desencadenaba todo. Daba igual cuál fuera el origen de la discusión o la naturaleza de la disputa. Había que pronunciar «la palabra» antes de iniciar la pelea. Según relataba el agricultor en cuestión, cuando dos mujeres se enfrentaban se organizaba rápidamente un círculo de mujeres amigas alrededor de cada una de ellas. Ávidas de bronca, las mujeres aconsejaban con insistencia a cada una de las rivales que, por favor, dijeran «la palabra». Era vital ser la primera en pronunciarla. «¡Dile puta!», decían unas. «¡Dile puta!», repetían las otras. La primera de las dos mujeres que trataba a la otra de puta tenía media pelea ganada. La palabra, el insulto, era mucho peor y causaba mucho más daño que un puñetazo. Las marcas de los puñetazos se borran; las calumnias, no. Esa era la ley del lavadero.

Al parecer, la ley del lavadero también ha llegado a la política catalana. Debe de ser cosa de las nuevas tecnologías, de la facilidad con que piamos a través del Twitter, los blogs y la red. No lo sé. Lo cierto es que el rifirrafe entre Duran Lleida y López Tena me ha recordado la manera en que antes las señoras se tiraban del moño en el lavadero. Solo hay una diferencia, sensible. Antes, cuando la gente se insultaba y perdía las formas, lo que tenían que decirse se lo decían a la cara. Lo más patético de esta trifulca es que tiren la piedra y escondan la mano. No vale llamarse de todo en público y después, como ha hecho hace poco López Tena, decir que cuando él decía Duran no quería decir Duran Lleida. Descender al chismorreo es lamentable, no se debería hacer nunca. Pero si alguien lo hace y se enfanga, como es el caso, al menos que no intente disimular.