Dos miradas

Onces

El gran cambio que hemos experimentado se debe a que el 11-S ya no es solo de los que silbaban, gritaban o insultaban

JOSEP MARIA FONALLERAS

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He visto varios onces de septiembre en Barcelona. Se juntaban, en los primeros que recuerdo, la difusa actividad festivo-patriótica y niños que corrían en bicicleta por el parque de la Ciutadella. Mientras alguien hacía yoga, un poco más allá el monumento a Rafael Casanova descansaba, con flores y coronas, después de toda una mañana de movimiento. Por delante de aquella estatua conmemorativa habían pasado, a lo largo de la mañana, entidades deportivas y castellers, corales, orfeones, partidos y movimientos ciudadanos, trabucaires y sardanistas. Un grupo de alocados, azuzados por la efervescencia del momento se convertían en termómetro del patriotismo en función de la hipocresía o la sinceridad que ellos juzgaban a la hora de rendir homenaje a la figura emblemática. Barcelona era efusiva, pero en un cóctel que combinaba la reivindicación nacional y el deseo ferviente de pasear y aprovechar las últimas horas del verano.

Los últimos onces han cambiado el panorama, sobre todo el del 2012, cuando lo que debía ser una manifestación se convirtió en concentración, porque la gente no avanzaba sino que permanecía en el mismo lugar sin más afán que ser un testimonio más (y un protagonista) de un clamor unánime. El gran cambio que hemos experimentado se debe a que el once ya no es solo de los que silbaban, gritaban o insultaban. Ahora es de la gente que quiere un futuro mejor. Sin necesidad de ir contra el otro sino a favor de la fiesta democrática.