Napoleón, Suárez y el abuelo

FERRAN MONEGAL

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El Ministerio del Tiempo (TVE-1) goza de una legión de entusiastas seguidores. No se moleste pues esta virtuosa tropa si me reafirmo en que no es teleserie, es telecomedia. Sus argumentos, sus tramas viajando por el túnel del tiempo, todos hablando con el teléfono movil aunque estén en pleno siglo XIX -no sé que tipo de cobertura debían tener en aquellos tiempos, francamente- forman parte de un despendolado entretenimiento. Como tal hay que tomárselo. O sea, no profundicemos. Esta semana se han detenido en la visita que hizo Napoleón a Tordesillas en 1808. Cuenta la historia oficial que allí condenó a tres ciudadanos a muerte. La ingeniosidad de esta comedia ha sido suponer que uno de los sentenciados era tatarabuelo de Adolfo Suárez. Ni más, ni menos. Y la trama consiste en mandar a una señora del Ministerio, disfrazada de monja, para que convenza a Napoleón y anule la sentencia. Hombre, es evidente que si llegan a matar al tatarabuelo, su tataranieto Adolfo no existiría, no habría podido nacer 124 años después. ¡Ahh! Hay que reconocer que en el terreno de la extravagancia son maestros. El momento más disfrutable del capítulo ha sido la escena en que Napoleón y la monja (futura abadesa) comparten una cena. Se caen bien ambas criaturas. Conforman un clima afectuoso. Y el emperador de Francia se sincera. Le cuenta a la falsa religiosa su drama personal. Le habla de su esposa Josefina, de lo mucho que la ama, de lo poco que la ve, y de que ya está enterado de que le pone unos cuernos espantosos. ¡Ah! Lo de Josefina fue tremendo, en efecto. Dicen los cotillas de la Historia que después de acostarse con un oficial de los húsares, llamado Hipólito, acabó pasando por su cama el escuadrón entero. Precisamente en febrero del 2011, la empresa Gelos subastó en Moscú una carta de Napoleón a Josefina en la que puede leerse: «Tengo el corazón herido con miles de cuchillos (..) Pero vaya con cuidado Josephine: en una de esas noches suyas, tan placenteras, de pronto se abrirá la puerta , ¡y allí estaré yo!». O sea, seré cornudo, pero no imbécil.

Volviendo a la cena, anotemos que la monja consigue que Napoleón conmute la pena de muerte al supuesto tatarabuelo. Hombre, este final nos ha tranquilizado enormemente. Sería horroroso pensar que Suárez, y la Transición, son un espejismo. Que nunca existieron. De hecho, y en vista de lo que está pasando ahora, a veces lo pienso.