Dos miradas

Miedo de azúcar

EMMA RIVEROLA

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Cuatro rosas blancas. Un ramo pequeño. Discreto. Como era ella. El silencio del cementerio roto por unos pasos llenos de recuerdos. En la cocina, el niño coloca piñones con el cuidado de los momentos importantes. Uno aquí, otro allá y -mira a un lado, mira al otro- este otro para él. La chica se maquilla. Salpicaduras rojas. Ojeras marcadas. Se prueba los colmillos de vampira. ¡Uuuuh! Se espanta y se ríe frente al espejo. Por las calles, unos niños disfrazados corretean y cantan canciones que no entienden los abuelos. En un cucurucho de papel, una docena de castañas asadas. Lástima de tiempo, piensa ella. Y recuerda cuando el frío de las manos se derretía al estrechar el tesoro caliente. Una calabaza, cuatro murciélagos de plástico y un esqueleto de cartón. ¡También una peluca de bruja!, suplica la niña. También la peluca, consiente el padre. Un montón de palomitas, sangre y zombis en la pantalla y seis adolescentes gritando como niños. En la calle, los árboles y los relojes ya se han vestido de otoño. El día parece abatido. Tristón.

También las noticias. Como cada día. Pero hoy nos tomamos el día libre. Hoy se juega con las penas. Se cubren de flores frescas los dominios de la muerte. Se ríen y se disfrazan los temores. Nos manchamos de sangre de mentira y plantamos cara a los horrores. Hoy, mezclamos polvo de almendra con azúcar y nos comemos el miedo.