Un país clave para Oriente Próximo

Los retos de Irán

La doble elección que celebra el día 26 determinará el futuro de la república islámica durante décadas

El presidente Rohani durante un acto público en Teherán.

El presidente Rohani durante un acto público en Teherán.

GEORGINA HIGUERAS

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Irán se encuentra inmerso en uno de los momentos más decisivos de su historia, tanto a nivel interno como externo, desde el triunfo de la revolución islámica en 1979. Con una sociedad preparada, culta y empeñada en superar el aislamiento internacional sufrido hasta la firma, en julio pasado, del pacto nuclear con los cinco miembros del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania, sus casi 80 millones de habitantes se enfrentan el 26 de febrero a una doble elección que determinará su futuro en las próximas décadas.

Los iranís tendrán que depositar dos papeletas en otras tantas urnas, una, para la elección de los 290 diputados del Parlamento, el Majlis, cuyo periodo legislativo es de cuatro años. Con la otra votarán, para un periodo de ocho años, a los miembros de la Asamblea de Expertos, que tiene como principal objetivo la elección del Líder Supremo. Todo apunta a que los 86 elegidos serán los encargados de designar al nuevo, debido a que el ayatolá Alí Jamenei tiene 76 años y su salud se ha deteriorado.

Tras el espaldarazo que el acuerdo nuclear ha supuesto para el presidente Hasan Rohani y los reformistas, deseosos de la apertura y el acercamiento a Occidente, los conservadores han desplegado todo su poder para impedir que las ansias modernizadoras vayan demasiado lejos. Unos y otros mantienen un duro pulso por la voluntad popular, pero el sector conservador parte con ventaja, porque el 99% de los candidatos reformistas al Majlis han sido descalificados.

EL CONSEJO DE GUARDIANES

Encargado de velar por los principios de la revolución, el Consejo de Guardianes –integrado por seis alfaquís designados por el Líder Supremo y seis juristas escogidos por el poder judicial y aprobados por el Parlamento– debe aprobar a cada uno de los candidatos que se presentan. La criba entre los aspirantes a la Asamblea de Expertos también ha sido enorme. Solo 166 de los 801 que se presentaron la han superado. Los guardianes no han dudado en vetar hasta al mismo Hasan Jomeini. Este nieto del imán y padre de la revolución es clérigo y un reconocido jurista cercano a Rohani.

El sector ultraortodoxo se ha parapetado ante el temor a que el «enemigo exterior» (Estados Unidos) trate de utilizar el pacto nuclear y la avanzada edad de Jamenei para imponer un cambio de rumbo. La incertidumbre que suscita entre los conservadores la sustitución del Líder Supremo aviva el miedo a que la ola modernizadora barra el régimen.

Los reformistas iranís, que tras los avances experimentados durante la presidencia de Mohamed Jatami (1997-2005) se vieron abocados al ostracismo por las artimañas del Consejo de Guardianes, no se pueden permitir otro retroceso. Con más de la mitad de la población por debajo de los 35 años y un desempleo del 10,7% en el 2015 –que entre los jóvenes se dispara al 25,2%–, la República Islámica necesita que el fin de las sanciones económicas de la ONU genere un importante flujo de inversiones exteriores con las que impulsar una reforma económica que dé estabilidad al país y acreciente la clase media.

ACTITUD CONCILIADORA

Fue la buena disponibilidad negociadora de Rohani la que logró convencer a propios y extraños de la conveniencia de sellar con un acuerdo las dudas sobre si Teherán pretendía dotarse o no de armas atómicas. Esa actitud conciliadora se necesita más que nunca en un Oriente Próximo azotado por la violencia, la intransigencia religiosa y la volatilidad política. La Casa de Saud, que aprovechó la caída del sha de Persia para ocupar su sitio como mejor aliado de EEUU en la región (sin contar Israel), ve con profundo malestar el resurgir de la influencia del imperio de Ciro.

El mes pasado, Arabia Saudí rompió relaciones diplomáticas con Irán tras el asalto a su embajada en Teherán por manifestantes que protestaban contra la ejecución del prominente clérigo chií Nimr al Nimr, un disidente al que Riad acusaba de alentar la primavera árabe en su territorio.

La rivalidad entre los dos países se encuentra en su grado máximo, y aunque ninguno busca el enfrentamiento directo, la situación debe enfriarse lo antes posible.No solo en el campo de batalla sirio, donde los saudís fueron los primeros en apoyar a los rebeldes contra el régimen de Bashar el Asad –un protegido iraní que lidera la minoría chií alauí–, sino también en Yemen. Desde marzo pasado, y con el apoyo de Washington, Riad dirige una ofensiva militar, a la que ha sumado otros países árabes sunís, contra los rebeldes hutis de credo chií.

Hay que parar la espiral de sangre que envenena Oriente Próximo y pretende convertirlo en un nuevo escenario de guerra fría entre Washington y Moscú. La apuesta firme de los iranís por la contención y el diálogo que ha impulsado Rohani debe plasmarse en los comicios del día 26. Solo por la vía diplomática conseguirá Irán aplacar los diferendos geopolíticos que le separan de su vecino, en los que el desplome del precio del crudo hace sonar las sirenas de alarma. 

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