La grandeza está en lo que no se ve

Escuchar como si fuera la última historia que oyes. La única. Y tirar de la memoria suavemente, desovillando una vida hasta dar con la punta de la madeja, para volver a tejerla en miniatura, en una página, sin corromper la forma ni el fondo. Ese ha sido -es- el método. Pero al aplicarlo estos tres años en las vidas de quienes quizá no salten nunca a la Historia oficial, te cambia la mirada. Provocan fogonazos de sentido.

Y pienso enMansour N., un mantero de Senegal con la columna molida de tanto salir zumbando con 25 kilos a la espalda cuando asoma la policía. Dejó Dakar, donde trabajaba en la administración del puerto de contenedores, porque creyó que en Europa manaba leche y miel. En África dejó esposa y cuatro hijos. «Si volviera, decepcionaría a mi familia -dijo-. Tengo que llegar hasta el final, por ellos». Y pienso enRocío Pérez,que tras una vida de abusos, de marginación y de cárcel, encontró el camino para no andar más con la cabeza gacha. Y pienso enCarme Ávila,una exempleada de banca, madre de dos hijos, que, al prejubilarse, decidió hacer arte de sí misma y convertir la calle en su pasarela de alta costura. En realidad, pienso en absolutamente todos, porque todos conforman una nación de gente asombrosa.

Nos los cruzamos por la calle y, rapidito, los encriptamos en un juicio a priori. Por pereza. O por tomar posición en un mundo que la mitad de las veces no entendemos. Pero, después de escuchar a decenas degentes corrientes, ya no hay categorías en las que se pueda meter a nadie a empujones. Todos demuestran que estamos hechos de dolor, pasión, coraje, conciencia, solidaridad, audacia. Es la grandeza que no se ve a primera vista. Porque la que brilla en los escaparates, a menudo, no es tan verdad.