Dos miradas

Juli

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Si hubiera nacido en 1966, ahora tendría 49 años, pero como nació en 1949, tenía 66. Esta es una de las bromas de Juli Soler cuando te veía, y resulta que funcionaba siempre, en cualquier circunstancia, cómo funcionaba su talante oceánico y arrollador, impetuoso y nervioso, dinámico y efervescente. Te hacía entrar en una de las salas del Bulli, a medio camino de una galería rococó y del estilo abigarrado (y al mismo tiempo, curiosamente, elegante) de las segundas residencias de la costa, y te enseñaba una fotografía del perro de la señora Marketta Schilling que daba nombre al restaurante y otra de los Rolling Stones, en una fiesta donde también había un bulldog, por allí, perdido en medio del desenfreno roquero.

Juli Soler decía que había actuado como miembro de la banda -«el sexto Rolling»- y que tocaba la pandereta. Tanto era que fuera verdad o que se tratara de una de las historias -miles- que te explicaba mientras te llevaba el 'champú' (llamaba así al champán) como aperitivo de bienvenida. Juli era el arrebato que te caía encima y que te reclamaba constantemente la atención, mientras hacía lo mismo con todos los demás, mientras no paraba de ordenar con la mirada, de cultivar el aparente desenfreno que escondía un control estricto de todos los resortes del Bulli.

Con Ferran Adrià construyó un mito, y todavía más: la pareja más estrambótica, anómala, tenaz, fiel y querida -la más decisiva- de la historia de la cocina.