Gente corriente

Juanjo Zuloaga: «Para comprar leche tengo que recorrer 100 kilómetros»

Vive en un oasis. Era promotor inmobiliario, llegó la crisis del ladrillo y buscó refugio en el desierto egipcio.

Juanjo Zuloaga

Juanjo Zuloaga

NÚRIA NAVARRO

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Probablemente, Juanjo Zuloaga (Barcelona, 1957) es el único extranjero que vive en uno de los oasis egipcios, antigua parada obligada de las caravanas que abastecían a los romanos de trigo y uva, de marfil de Sudán y plata y oro de Etiopía.

-¿Cómo demonios fue a parar allí?

-Tenía una promotora inmobiliaria. Construía viviendas bioclimáticas en el Maresme. Hace cuatro años tardé seis meses en vender unos pisos que antes se vendían ya sobre plano. Vi que el negocio se acababa. Cogí el dinero y el coche, y me fui a Egipto, a probar.

-¿Así, a Egipto sin más?

-Mi primer contacto con Oriente Próximo fue un kibutz en el mar de Tiberiades, hace 25 años. De ahí pasé a Egipto y me alucinó. Desde entonces, invertí mis vacaciones en viajar por los países árabes ejerciendo de guía. Y 10 años atrás me hice un refugio en una aldea beduina llamada Dakhla. Para allá fui, pero hace dos años empecé a dar vueltas por el desierto y descubrí Abu Monkar...

-¿El paraíso?

-Es aún más virgen. Está a medio camino entre Dakhla y Farafra, en la provincia meridional de Wadi al Guedid, a 650 kilómetros de El Cairo. Para comprar la leche y otros productos envasados tengo que recorrer unos 100 kilómetros en coche.

-¿Vive en plan beduino?

-Vivo de manera austera. Tengo una casita con dos habitaciones y 100 metros de patio. Cada día leo los diarios por internet, hago excursiones por el desierto y tallo esculturas de madera o arreglo cosas a los vecinos.

-Se derretirá de calor.

-En un mismo día puedes pasar de los 45 grados a los 21 de la noche. Pero no hay ruidos, ni estrés, ni consumo. Hago una vida monacal. Tengo planes para montar un pequeño hotel pensado para gente a la que le guste el desierto. Pero solo he logrado hacer la estructura de la cafetería... Tenía previsto recibir dinero de socios catalanes, llegó la crisis y todo se paró. Necesito inversores para acabar el proyecto.

-Mientras no llegan esos inversores, ¿de qué vive?

-Allí el dinero se estira... Y ahora vengo de hacer un informe sobre el estado de las construcciones en los campamentos saharauis de Tinduf, por encargo de una organización que contactó conmigo por internet.

-Aburrirse, no se aburre.

-No. Con los beduinos me adentro kilómetros en el desierto, que es un muestrario de desiertos en uno solo. He visto colmillos de peces prehistóricos y castillos romanos de adobe, con secciones que han caído y en las que se pueden ver las técnicas. Y cuando estás en las dunas es como estar en un mar seco. Impactante. Sobre todo cuando duermes en él bajo las estrellas.

-En el desierto hay que saber estar.

-Para estar bien en el desierto, tienes que estar bien contigo mismo porque no hay más compañía. Al principio te asaltan fantasmas y miedos. Cuesta mucho quitarte el sentimiento de culpa por estar una semana al sol sin dar un palo al agua. Te preguntas: «Y si se acaba el dinero, ¿qué haré?». Pero va pasando...

-Le deben de ver allí como a un bicho raro.

-El hecho de ser extranjero y de tener un coche te da un estatus, como antes aquí el cura, el médico y el guardia civil. Eres una atracción. Eso es muy agradable, pero a veces también resulta algo pesado. Te cosen a preguntas.

-¿Y cómo ha visto usted la revuelta egipcia?

-Desde las barricadas.

-¡Qué me dice!

-Les llevaba té, azúcar... La revolución egipcia ha sido muy naíf. Salvo los dos o tres primeros días, el clima ha sido de fiesta. Enviaron un coche a recoger a los policías y, solo cuando se habían ido, quemaron el puesto. No hubo una sola venganza -y era fácil pasar a cuchillo a un vecino adicto al régimen-, no hicieron destrozos. Y luego barrieron las calles y pintaron las casas y han ido vigilando quién entra por las noches.

-La policía no ha vuelto.

-No. Cuando se fueron los agentes, un jefe de policía me llamó para recomendarme que me fuera también, que ya no había seguridad. Pero yo sé con quién estoy.

-Es su lugar en el mundo.

-Un amigo me dijo: «Tú tienes que ir a un sitio y mirar si te ves en la foto». Y yo en el desierto me veo en la foto. Es duro, pero está muy poco contaminado, en todos los aspectos.

-Algo echará de menos...

-Los libros y las mujeres... Pero cada día que pasa echo en falta menos cosas.