Órdago independentista

Lo que no nos merecemos

Quizá Catalunya merezca un día la independencia. Lo que no merece es que sus gobernantes la lleven al conflicto permanente

Rajoy y Puigdemont, durante el homenaje a las víctimas de los atentados terroristas en Barcelona y Cambrils.

Rajoy y Puigdemont, durante el homenaje a las víctimas de los atentados terroristas en Barcelona y Cambrils. / periodico

Luis Mauri

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Los ciudadanos eligen a sus gobernantes. Esto es cierto, tanto como incierto es que se los merezcan. Al menos, aquí y ahora. La mayoría de los catalanes rechaza la independencia unilateral (61,3% frente al 29,3%) y el artículo 155 o aplicación del precepto constitucional que permite al Estado intervenir el gobierno sedicioso de una autonomía para restaurar la legalidad (66,5% frente al 23,8%). Pero sus gobernantes les amenazan con ambas medidas. ¿No quieres caldo? ¡Toma dos tazas!

La mayoría de los catalanes reclaman diálogo, entendimiento, acuerdo. Pero sus gobernantes en la Generalitat y en el Gobierno central se obstinan en procurarles monólogos sordos, desavenencias, enfrentamiento. En definitiva, inquietud, preocupación, dificultades económicas añadidas, fractura social… Quién sabe si además alguna tentación abominable.

Un mezquino apostolado

Cuanto peor, mejor, este es el apostolado político de quienes han alimentado y propulsado desde España la desafección catalana en busca de réditos electorales y de pantallas protectoras de sus delitos de corrupción: el hachazo del Tribunal Constitucional, instado por el PP, a un Estatut aprobado por el Parlament, las Cortes y el pueblo; el racaneo de inversiones e infraestructuras; el acoso indisimulado a las políticas de profundización autonómica… El mismo apostolado de los que con idénticos objetivos han emprendido en Catalunya una huida hacia delante fundamentada en una realidad solo existente en la imaginación de sus propagandistas: un derecho a decidir desconocido en el marco jurídico internacional; un derecho de autodeterminación inacoplable al caso catalán; un apoyo internacional que, cuando ha llegado, lo ha hecho en la dirección contraria a la publicitada; un alud de inversiones que en realidad ha sido fuga de empresas… 

Así llegamos al estadio fatídico en el que ambos nacionalismos, el español y el catalán, soñaban en sus maniobras de alimentación mutua. El Gobierno de Puigdemont, a punto de culminar la quiebra de las legalidades española y catalana con una independencia unilateral. Y el Ejecutivo de Rajoy, a punto de pasar el rodillo sobre el autogobierno catalán. Un autogobierno despreciado, violentado y llevado en volandas hasta la picota por sus propios inquilinos. Y un abismo solo superable con unas elecciones anticipadas en Catalunya.

Quizás, quizás, quizás

Quizás Catalunya merezca un día la independencia, siempre que así lo decida la amplia mayoría de los catalanes en un referéndum legal, acordado con el Gobierno español y avalado por la comunidad internacional. Lo que sin duda no merece, ni hoy ni mañana, es una Generalitat que la aboque al conflicto permanente.

Quizás España merezca algún día una Catalunya seducida e integrada, siempre que modernice y civilice ese nacionalismo empecinadamente uniformista y refractario a la diversidad y, por lo tanto, al diálogo. Lo que sin duda no merece, ni hoy ni mañana, es un Gobierno que aborde la cuestión territorial despreciando la política, esfumándose bajo los faldones de las togas y perpetuando así el conflicto.