Pequeño observatorio

Hay que hablar a Dios en castellano

Se han dicho muchas tonterías sobre las lenguas, pero quizá ninguna como la proferida por Carlos V

JOSEP MARIA ESPINÀS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Siempre se ha creído que las lenguas son una seña de identidad. Por eso en tiempos de Franco, en tiempos de castellanización por decreto, se negó de entrada el uso del catalán en público. Incluso los nombres de persona fueron legalmente y periodísticamente traducidos. Durante años yo fui un escritor que firmaba sus textos «José María Espinás» cuando colaboraba en Destino.

Pese a la presión castellanizadora del poder político, me parece que los poetas -al menos algunos- se escapaban de la imposición idiomática. Los poetas eran cuatro gatos inofensivos, leídos por poca gente, con un peso insignificante en el mercado de la cultura. El poder pensó así hasta que aparecieron los versos de Salvador Espriu y otros escritores que empezaban a contar con un mercado literario, modesto pero fiel.

«La lengua es compañera del Imperio», se proclamó si no recuerdo mal. Sí señor. Y si ahora el autor de esta sentencia viera como las figuras más representativas de la política española han tenido que aprender el inglés... Se han dicho muchas tonterías sobre las lenguas, pero quizá no ha habido ninguna tan espectacular como esta proclamación del emperador Carlos V: «Hay que hablar a Dios en castellano, a los hombres en francés, a las mujeres en italiano... y a los caballos en alemán».

Sí señor, podemos reír.

El castellano es una magnífica lengua, que se extendió por América a partir de la conquista. Pero muchos españoles se extrañaban, cuando yo andaba por España, de que un escritor como yo, de supuesta cultura, hablase en catalán con mis compañeros de viaje.

Acabaré con una anécdota divertida. Al poeta navarro Irigoyen le dieron un premio en Madrid. Lo agradeció hablando una lengua que nadie entendió. Alguien dedujo que Irigoyen había hablado en euskera por el «sonido bárbaro de la lengua vasca». El poeta se divirtió explicándolo: el idioma bárbaro, rudimentario, negado al progreso cultural, en el que había hablado... ¡era el griego!

El magnífico griego clásico.