Dos miradas

Ganga vaginal

emma Riverola

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Las mujeres valemos menos. Lo intuimos de niñas. Lo comprobamos cuando nuestro techo laboral se detiene a la altura del vientre, mientras el de los hombres se alza según su valía. Cuando nuestros salarios llegan con descuento vaginal. Cuando nos coronan reinas de los trabajos precarios y ausentes en las cúpulas directivas.

Las mujeres valemos menos. Y por eso tantas renuncian a su sueldo escaso para cuidar de los hijos. O de los padres. O de la casa. O del perro. O del ficus… Porque, como valemos menos, nuestra responsabilidad es mostrar una abnegada disposición a cuidar de los demás, a sonreír aunque estemos cansadas y, por supuesto, a estar bien guapas. Porque, eso sí, para la industria de la estética valemos un montón.

Las mujeres valemos menos. Lo dice cada día la cultura dominante, volcada en la creación de intelectuales masculinos. Lo dice la información y sus páginas repletas de trajes y corbatas en las noticias serias. O vestidos, en las frívolas. Lo dice la gramática: el uso del masculino como genérico. Valemos menos. En algunos países, valemos lo mismo que el honor de un hombre. Y eso, a veces, es nada. Por eso perpetuamos los roles sexistas. Por eso nos doblegamos bajo chantajes emocionales. Por eso el machismo empieza frecuentemente en nosotras mismas. Por eso incluso nos matan. La igualdad laboral es algo más que una reivindicación justa. Es una necesidad social de convivencia y respeto.