El 'procés' y el lenguaje

Flechas envenenadas de prejuicios

Aludir a la condición mental para desprestigiar a un rival político causa un sufrimiento añadido al enfermo

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MANUEL ARMAYONES

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Pensar en la sociedad como un organismo vivo no es una idea nueva. Autores como Auguste Comte ya en el siglo XIX utilizaban la metáfora orgánica, o lo que es lo mismo, consideraban a la sociedad como un gran organismo estructurado en el que cada una de sus partes funciona de manera interdependiente con las demás. Exactamente de la misma manera que en nuestro cuerpo distintos sistemas funcionan coordinadamente para mantenernos sanos.

La metáfora orgánica explica que utilicemos expresiones como «una sociedad sana», o hablemos de «tomar el pulso a la sociedad» o de «sociedades enfermas». También hablamos en estos tiempos de redes sociales hipertrofiadas de un nuevo «cerebro social» en el que cada uno de nosotros, con nuestra actividad en las distintas redes sociales, somos neuronas que transmitimos información y 'estimulamos' a las de al lado en una suerte de retuiteo orgánico, que en muchas ocasiones inflama más que alivia los problemas.

No es extraño en estos días convulsos que la metáfora orgánica se refiera directamente a la salud mental de la sociedad y expresiones como «la esquizofrenia política en la que vivimos» o «la bipolaridad de la sociedad» se cuelen en tertulias en los medios de comunicación, pero también en cualquier conversación de bar.

Hablar de esquizofrenia o bipolaridad como metáfora aumenta el riesgo de estigmatizar las enfermedades psíquicas 

Entidades como Obertament realizan una encomiable acción de lucha contra el estigma de las personas con problemas mentales. Sin duda, organizaciones como esta son parte del sistema de defensa de nuestro organismo social, cuando no directamente actúan como 'antibióticos' para tratar una 'infección' social con la dosis adecuada de educación y sensibilización –y si es posible, en la vena del sistema educativo–, y dando voz a quien quiere compartir sus testimonios de lucha.

En política, como estamos viendo en estos tiempos convulsos, las palabras muchas veces están afiladas y untadas en el veneno de los prejuicios (aquellos juicios que hacemos antes de conocer al otro, normalmente negativos). Utilizar expresiones como «la esquizofrenia del presidente» o «la bipolaridad de las instituciones» –estirando hasta casi lo chabacano las metáforas orgánico-mentales– aumenta, sin sentido, el riesgo de estigmatización de las enfermedades mentales.

Hablemos claro. La estigmatización genera sufrimiento, y en este caso no quizá al político interpelado, ya que él y su partido tienen ya la piel dura a fuerza de aguantar los embates de la adjetivación gratuita, pero sí a colectivos de personas y a sus familiares que lidian día a día con problemas en su salud mental.

Utilizar el diagnóstico o condición mental de una persona como insulto y como estrategia para desprestigiar al rival político es causar un sufrimiento evitable (y en las enfermedades hay ya suficiente sufrimiento inevitable) a quien quizá no quiere participar en ninguna batalla más que la que libra en su día a día. Estas batallas personales no son fáciles de ganar, tal como se escenifica en los distintos actos que se celebran estos días en motivo del Día Mundial de la Salud Mental o en el ciclo 'Las condiciones del cerebro', que se lleva a cabo en la Sala Beckett en Barcelona.

Un reto de los políticos, los medios y todos nosotros

En ámbitos como la política, que nos permite organizarnos y gobernarnos, es aún más importante si cabe que las palabras se cuiden, y que las flechas dialécticas que se lancen entre rivales o desde los medios acierten donde deben acertar. Y a donde deben apuntar es a la generación de ideas, de debate, en la diana de pretendidas posiciones inamovibles. Eso, sin duda, es mucho más difícil. Ahí tienen su verdadero reto nuestros políticos, pero también los medios y todos nosotros, que armados de un 'smartphone' somos algo así como periodistas aficionados prestos al retuiteo.

Sí, en la metáfora orgánica de la sociedad, esta es más que la suma de sus individuos. Sin individuos que sepan ayudar o sean ayudados a gestionar su propia salud, que puedan trabajar y vivir plenamente, y que lo hagan promoviendo la salud y la felicidad de sus semejantes, no podremos parar la pandemia de sufrimiento evitable que en ocasiones transmiten a modo de infección silenciosa nuestras desafortunadas palabras, titulares o artículos.