Al contrataque

El gran farol

La legislatura está técnicamente finiquitada. Pónganse de acuerdo y ahórrennos esta agonía

ERNEST FOLCH

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En la política de verdad no gana el mejor sino quien controla el tiempo. Quizá seducida por este espejismo, la Generalitat ha puesto en marcha un extraño juego, que consiste en amagar con enfriar las negociaciones sobre la famosa lista y alargar la legislatura. En un país normal, la jugada sería perfectamente creíble puesto que la potestad de convocar o alargar es una atribución exclusiva del presidente. Pero todos sabemos que Catalunya hoy no es precisamente un país normal, en el que tanto su gobierno como una mayoría de la sociedad corea con razón que «vivimos momentos excepcionales». Entre otras cosas, porque se acaba de celebrar una consulta histórica, gracias en parte a la audacia de Artur Mas, celebrada contra el Estado y convertida en un hito histórico sin precedentes. Pero el 9-N fue planteado para ser la culminación de una legislatura que se anunció con el único objetivo de convocar a los catalanes «a decidir su futuro». Y es que en realidad este ha sido el único eje tangible de este mandato: de hecho, el Govern no tiene ningún otro activo que no sea el proceso y su innegable valentía para acompañarlo desde el poder. La obra restante es un desierto desolador, del que solo salen del anonimato asuntos sospechosos como la rocambolesca operación de BCN World o la oscura gestión del conseller Boi Ruiz, del que acabamos de saber que mientras recortaba la sanidad en más de 500 millones permitía que una decena de directivos se subieran el sueldo. Es decir, que en el debe de este gobierno solo hay procés: nada menos, y nada más. El resto es la historia de una precariedad política, pero también económica: la Generalitat está, como reconoce ella misma, con las arcas vacías y hasta ha tenido que malvender patrimonio para sobrevivir.

Números de ficción

El resultado es que los presupuestos del 2015 han tenido que presentarse con una ficción de 2.500 millones que ni el propio Govern sabe cómo va a cpnseguir, y todo en un clima en que Madrid lleva cualquier iniciativa política al Constitucional, sea la ley de horarios comerciales o la de dependencia energética. Para aderezarlo, el ínclito Wert sigue acorralando el catalán y, paso a paso, está cada vez más cerca de imponer los caprichos de 17 familias a una sociedad entera. Es decir, la Generalitat no solo está arruinada, sino que no tiene ningún margen de maniobra política ni legislativa. En este virtual estado de sitio, insinuar agotar la legislatura, como hizo el Govern esta semana, es un gran farol que no se cree nadie, ni siquiera los que lo verbalizan. Si es una táctica para negociar se puede entender, pero si es una maniobra para enfriar artificialmente el proceso, estaríamos no ante una dilación sino ante un fraude democrático. No hace falta que nos engañemos más: la legislatura está técnicamente finiquitada. Pónganse de acuerdo y ahórrennos esta agonía.