La democracia turca

No había ninguna duda. En Turquía las urnas han dado al Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Recep Tayyip Erdogan un tercer mandato consecutivo. La victoria del islamismo moderado confirma que una amplia mayoría de los votantes siguen dispuestos a dar su apoyo a quien ha modernizado el país, ha puesto fin a las interferencias del Ejército en la política, ha reformado el poder judicial y, por encima de todo, ha impulsado un progreso económico espectacular que sitúa al país en el club de los emergentes.

Pese a la amplia victoria, no es la que Erdogan hubiera deseado. Dado por seguro el triunfo, está en juego la redacción de una nueva Constitución. La actual, de 1982, es una herencia de los militares y hay un acuerdo general sobre la necesidad de cambiarla. Si el primer ministro atrae algunos apoyos más a sus 326 escaños y suma 330, el AKP podrá redactarla en solitario, pero deberá someterla a referendo (no ocurriría si la mayoría fuera de 367), lo que puede frenar las tentaciones hegemónicas y autoritarias de Erdogan. Su Gobierno ha adoptado este perfil de forma cada vez más evidente. Hay más de 50 periodistas encarcelados y el dirigente aspira a implantar un sistema presidencialista en vez del parlamentario existente.

El temor que despierta Erdogan no es la islamización de la sociedad, como se insiste desde el laicismo, sino la instauración de un régimen autoritario de apariencia democrática. Turquía ha sido una fuente de inspiración para las revueltas árabes. Sería una lástima que este fuera el modelo a transmitir.