Catalanistas en el PSC: un dilema y dos malas soluciones

El primer secretario del PSC, Pere Navarro (centro), en la reunión de la ejecutiva este lunes.

El primer secretario del PSC, Pere Navarro (centro), en la reunión de la ejecutiva este lunes. / periodico

CARLES A. FOGUET

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Los últimos días se ha escrito y dicho mucho sobre el debate en el seno del PSC, a menudo reducido a un enfrentamiento entre los mal llamados “catalanistas” y el resto, para quien todavía no se ha encontrado una etiqueta que hiciera suficiente fortuna. Y, por extensión, el dilema estratégico de si los socialistas tendrían que priorizar los votantes catalanistas o los que no lo son.

Un dilema con dos malas soluciones. Y la obligación de escoger una de ellas.

Decantarse por los electores catalanistas del PSC tiene un hándicap muy evidente: los que no lo son los superan hoy en una proporción de 4 a 1, y el PSC todavía es la fuerza más votada entre este sector de la población. Renunciar a ellos sería un suicidio.

Pero renunciar a los catalanistas tiene unos costes ocultos que van mucho más allá de su proporción. Dejando a un lado el debate ideológico y los enfrentamientos personales, hay una derivada práctica que se olvida, sepultada bajo toneladas de ruido: la diferencia de tamaño de las circunscripciones, por un lado, y el diferente perfil de los votantes en ellas, por el otro, otorgan una importancia mayor a los votantes catalanistas de la que podríamos esperar.

Por un lado, en pocas palabras, ya que Tarragona, Lleida y Girona reparten pocos escaños, los primeros partidos son premiados con una representación mayor de la que les correspondería por los votos obtenidos. Este es un hecho que no pasó desapercibido para los estrategas del PSC en el año 1999: incluso con el liderazgo de Pasqual Maragall, que permitía ensanchar los límites del electorado socialista, el PSC se tuvo que presentar en coalición con Iniciativa en Tarragona, Lleida y Girona para intentar reducir la distancia que les separaba de CiU en el territorio.

Como se sabe, no fue suficiente: 9 escaños de diferencia evitaron que el PSC, que había ganado el voto popular en Catalunya, fuera la primera fuerza en el Parlament. Para la aritmética parlamentaria, los resultados fuera de Barcelona son muy relevantes, puesto que obtener grandes diferencias en escaños en la provincia de Barcelona es improbable porque exige diferencias abismales en votos.

Por otro lado, las encuestas demuestran que los votantes catalanes, en conjunto, son más catalanistas en Tarragona, Lleida y Girona que en la provincia de Barcelona, una característica que también se cumple para los votantes del PSC. Es decir, los electores catalanistas del PSC, pocos pero concentrados en una proporción mayor fuera de Barcelona, tienen mucha incidencia en el resultado en el resto de provincias.

Abandonarlos condena al PSC a competir en igualdad de condiciones con muchos partidos por muy pocos escaños en disputa. La prueba es que hoy --cuando no se ha tomado partido de manera explícita, pero sí por la fuerza de los hechos-- CiU saca al PSC, sumando los resultados de Tarragona, Lleida y Girona, 18 escaños de diferencia. Ni el mejor de sus resultados históricos en la provincia de Barcelona --cuando la división entre catalanistas y no era mucho menos relevante, superando a CiU en 110.000 votos y 5 escaños en 1999, 4 en 2003-- compensaría esta distancia.

Y esto se agrava con el debilitamiento del bipartidismo que se atisba inexorable en el horizonte, que afectará más y más deprisa a la muy proporcional Barcelona, el feudo del PSC, mientras que CiU, con un apoyo electoral más homogéneo en toda Catalunya, podrá limitar, por lo menos en un primer momento y en apariencia, las consecuencias en las poco proporcionales Tarragona, Lleida y Girona.

Habrá quien diga que el dilema no es tal y que la posición del PSC es clara, manifestada repetidamente por los órganos competentes del partido. Y tendrá razón. Pero que el PSC actúe como si no existieran estos dos electorados no significa que no existan.

En 1999 era posible no tomar partido por unos u otros y seguir adelante con las opciones de victoria intactas, pero hoy el PSC se ve forzado a pronunciarse, si no quiere seguir acumulando pérdidas por todas partes. De ser entonces la fuerza hegemónica de la izquierda parlamentaria, capaz de atraer catalanistas y no, ahora el PSC ha pasado a tener competencia viable a ambos lados de su posicionamiento en el eje nacional. Viable y atractiva, como prueban los trasvases de votos que ya se han producido con ERC e ICV-EUiA por un lado y C’s por el otro.

Por los efectos del sistema electoral, la pérdida de votantes de perfil catalanista no puede ser compensada con una ganancia de igual volumen de votantes que no lo sean. Decantarse por electorados marcadamente no catalanistas es una salida posible, pero exigiría un esfuerzo al PSC que, por muchos motivos, no está en disposición de hacer.

Ser irrelevante en el territorio implica renunciar a una victoria electoral en Catalunya a medio plazo. Si el PSC todavía mantiene vocación de partido mayoritario tiene que tener presente que los votantes catalanistas tienen un valor estratégico que supera de largo su peso absoluto.