Xavier Albertí: "Hay que atacar la pereza"

Xavier Albertí, frente al TNC, donde ha cerrado su primera temporada como director artístico.

Xavier Albertí, frente al TNC, donde ha cerrado su primera temporada como director artístico.

IMMA FERNÁNDEZ
BARCELONA

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Ha bajado, «satisfecho y feliz», el telón de su primera temporada al frente del Teatre Nacional de Catalunya (TNC). «He demostrado que mi modelo no era una locura personal. No me he movido un ápice de mis propósitos y la temporada ha interesado», sostiene Xavier Albertí, que atrajo a 113.143 espectadores a las tres salas del gran teatro público -un 69% de ocupación, frente al 61,6% del anterior ejercicio, que fue, eso sí, el peor registro del TNC-.

Más allá de las cifras, el director artístico se congratula de una apuesta que va más allá de la mera exhibición de espectáculos. «Estoy contento con los números, pero el objetivo es mucho más profundo y satisfactorio. Lo importante es valorar que la cultura esté sirviendo para algo a los conciudadanos. Esa función cultural es la que hemos trabajado».

 

Clubs de lectura

El gran teatro público debe, a su juicio, expandirse en su vocación de servicio, de eje dinamizador de las artes escénicas y de centro de reflexión. El proyecto de clubs de lectura en bibliotecas se multiplica (han pasado de 13 a 25) y han editado el 58% de los textos de la dramaturgia catalana, explica. «Hemos servido como motor de lectura y edición». Pero el camino es largo. «Aún debemos intensificar los lazos con el público. Hay que intentar que el espectáculo no termine cuando baje el telón, que te acompañe toda la vida».

 

Para lograrlo, cuenta Albertí, hay que superar el «me gusta-no me gusta» que define la vinculación de la platea con la escena. «El público debe confiar en un modelo de teatro y nosotros tenemos que despertar la curiosidad y el debate. ¡Hay que acabar con la pereza del espectador, atacarla!». A esa modorra adjudica el pinchazo de la creación colectiva y contemporánea Fronteres, que él defiende por las reflexiones que comportaba. «Nuestros autores son un termómetro de la realidad que vivimos y es importante transitar por ella», justifica.

El éxito le acompañó en la recuperación del patrimonio escénico, uno de los principales postulados de su programa. Fue al rescate de Pitarra y lo subió al pedestal de la reabierta Sala Tallers, logrando un «sorprendente» 90% de aforo en montajes como el aplaudido Liceistes i cruzados, que volverá la próxima temporada cinco semanas. «Estamos desconectados con la tradición y debemos apuntalar esa conexión», afirma Albertí, que busca un teatro con «corazón ideológico». «No queremos títulos vacíos de contenido, superficiales, cosméticos», apostilla el director.

Peor le salió la jugada del esperado regreso de Josep Maria Flotats al TNC -que solo logró un 52% con la dirección de El joc de l'amor i de l'atzar.  «La gente quiere ver a Flotats en escena», argumenta Albertí, que adelanta su regreso como actor (ya recitó al poeta Salvador Espriu durante tres funciones). «Esta temporada no, pero volverá para subirse al escenario, que es lo que quiere el público. Estamos muy contentos porque se ha normalizado su presencia, el conflicto quedó atrás».

 

Los datos constatan el gancho de los actores de renombre para atrapar al público. Lluís Homar y Josep Maria Pou llenaron la Sala Petita (95%) con Terra de ningú, un Harold Pinter complejo e intrincado al que muchos perdieron el hilo, y Clara Segura triunfó con La rosa tatuada en la Sala Gran (82% de ocupación). «Necesitamos a los grandes actores. Ayudan a crear público y afortunadamente quieren estar aquí», apunta Albertí, que lamenta que el éxito del teatro público dependa de las tres obras que se programen en la Sala Gran, con 849 butacas que llenar.  «Solo podemos programar tres títulos con una exhibición de entre siete y diez semanas. No hay otro teatro en Europa que se vea en esa obligación. Es complicadísimo. La exigencia de acertar con esos tres espectáculos provoca una angustia enorme».

La familia y 'Montenegro'

Esta próxima temporada parte de esa angustia recaerá sobre un texto contemporáneo. La familia será el eje temático (el siguiente curso será la violencia) y el Centro Dramático Nacional traerá Montenegro, la adaptación de las Comedias bárbaras de Valle-Inclán que firma Ernesto Caballero. Se verán también clásicos internacionales, circo, danza y la diversidad musical que alienta Albertí. Insistirá, dice, en la ópera contemporánea -«gusta más que nunca»-  tras la buena acogida que tuvo L'eclipsi.

Habrá que esperar, eso sí, mejores vientos para volver a disfrutar con el desembarco de las figuras internacionales. Las razones: el costo de tres días de exhibición de un montaje extranjero equivale a seis semanas de una producción en la Sala Petita. «Preferimos dedicar los limitados recursos del TNC a la producción, lo que es esencial para el equilibrio de la familia teatral. Este año hemos hecho 22 producciones, lo que no está nada mal».