Adiós a un referente musical
La rumba pierde al rey
Peret falleció a los 79 años de cáncer, dejando una de las obras más influyentes de nuestra música popular
Debatir con él sobre las raíces de la rumba catalana era como un partido de frontón. Ya lo dejó claro en una de sus canciones: Soy la rumba. Y fin de la discusión. Pero, fueran como fueran las cosas en la prehistoria de este género popular de raíces gitanas, Peret fue quien le dio una forma moderna, con su técnica característica de guitarra y palmas, y quien lo universalizó con un repertorio rompedor. Canciones que, si bien pueden tener, en ocasiones, un aspecto frívolo, festivo, solían esconder tramas de crónica social y apuntes costumbristas, a veces atrevidos, que nos hablan de una era y de un perfil humano, el gitano catalán de barrio, con su picaresca de correcaminos y su vida a salto de mata.
Peret nos dejó ayer a mediodía en la Clínica Quirón, horas después de que corriera una noticia precipitada, surgida de su entorno, que anunció su muerte antes de tiempo. Hacía casi un mes que había anunciado que sufría un cáncer, enfermedad que ya afrontó hace casi una década y que conllevaba con su buen humor secular: en su comunicado advertía que «es preferible reír que llorar», evocando una de sus canciones.
Aunque nacido en Mataró (24 de marzo de 1935), Pere Pubill Calaf creció en Barcelona, en la calle dels Salvador, junto a la de la Cera, pero la actividad de su padre, vendedor ambulante, le llevó por media Catalunya, sobre todo la comarca de Osona, y Mallorca. Vendían tejidos. «I enredant per allà, / i enredant per aquí / D'aquesta manera / em va pujar a mi», reveló en El mig amic, su primera canción en catalán, que burló la censura pese a involucrar a guardia civiles en sus turbias andanzas de compraventa. Apenas era un adolescente cuando formó pareja con su prima Pepi en Los Hermanos Montenegro, bautismo escénico al que siguió un paulatino cuidado de la técnica guitarrística que, años después, condujo a la creación de su patrón rumbero, asentado del ventilador, tal y como lo bautizó Gato Pérez en los 70.
ESTILO ÚNICO
Era ya alrededor de 1957 cuando Peret desarrolló esa técnica en sus actuaciones en Calella y en el Villa Rosa (futuro Moog).Un batido rítmico que chupaba del rock'n'roll de Elvis Presley y Tommy Steele, y del mambo de Pérez Prado, al que añadió un guitarreo heterodoxo, con notas que emulaban los metales de la música tropical, así como el toque de madera como percusión y el rasgueo sobre las cuerdas presionadas suavemente. Sumando a la receta unas palmas no propias del jaleo flamenco, sino que condicionaban la cadencia de la canción.
Las primeras piezas que grabó fueron Ave María Lola y Recuerda, en un epé de 1962, al que siguió La noche del hawaiano, previo a su salto a Madrid, contratado por el tablao El Duende. Sus repertorios fundieron creaciones propias y adaptaciones decanciones latinoamericanas como El muerto vivo («No estaba muerto, estaba de parranda...»), del colombiano Guillermo González Arenas. Y el pelotazo de Una lágrima, de Manuel Monreal, en 1967, que precipitó la toma rumbera de las discotecas. Ese año, Peret se presentó en el Midem, la feria discográfica de Cannes,
No se movía solo, sino arropado por sus rumberos, entre ellos Toni Valentí, el Tío Toni (que nos dejó el 3 de agosto) y, desde los primeros 70, Peret Reyes. Ellos le siguieron en canciones como El gitano Antón, Mi santa, Borriquito (sátira de los cantantes que imitaban a los ídolos anglófonos), su incursión en la lengua romaní de Xaví y la descarada Saboreando («El portero de mi casa / dice que yo no trabajo, / que le pregunte a su hija / cuando la tengo debajo»). También estuvieron ahí, con él, en Brighton, en 1974, en aquella enrarecida cita eurovisiva, con la ejecución de Puig Antich en el ambiente, que catapultó a ABBA. Su rumba se convirtió en fórmula de éxito sin perder las raíces y buscando una sintonía moderna, pop, abierta a arreglos de rock y funk precursores del sonido gypsy de Las Grecas y otros, con aliados como Josep Maria Bardagí, Juan Pardo, Fernando Arbex y Juan Carlos Calderón.
REGRESO CON PODER
En 1983, tras un experiencia de revelación mística, Peret dejó la música para ingresar en las filas de la Iglesia Evangélica de Filadelfia. Volvió con No se pué aguantar y su sonada actuación en cierre de Barcelona-92, con Los Manolos, dedicando a la ciudad un éxito de madurez, Gitana hechicera («Barcelona es poderosa / Barcelona tiene poder»).
Reivindicado por una escena renovada y con acentos mestizos (Rey de la rumba, en el 2000, le juntó con Ojos de Brujo, Macaco, Estopa...), homenajeado por Serrat y Sabina en el 2007 (la invitaron a cantar El muerto vivo en el Sant Jordi), Peret ejercía de clásico totémico, preocupado por la salud de la rumba catalana (no toleraba que la confundieran con la flamenca ni con la salsa) y receptivo a las inquietudes del país (cantó en el Concert per la Llibertat del Camp Nou, en el 2013). Protagonista de sendas biografías firmadas por Cèlia Sànchez-Mústich y Juan Puchades, había terminado un disco en catalán, el primero de su carrera, que verá la luz a título póstumo. Siempre listo, sí, para volver a empezar.
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