poemas y escritos de la 'poeta muerta'

El pulso herido de la Patri

Condenada a tres años por los hechos del 4-F, Patricia Heras siempre mantuvo su inocencia y se suicidó en un permiso carcelario. Sus amigas recogieron sus poesías y textos en el libro 'Poeta muerta'. Una de ellas ha elegido algunas piezas y nos acerca a su figura.

Patricia Heras, durante unas vacaciones en Grecia.SClB

Patricia Heras, durante unas vacaciones en Grecia.SClB

HELEN TORRES

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Yo no debería estar escribiendo esto. En un mundo donde no gobernara la maldad, estaríais leyendo un texto de Patricia Heras. Pero la Patri se arrojó por la ventana de la habitación de su amiga del alma... No soportó más la pesadilla en que se transforma la vida cuando te roban el cuerpo.

Patri era una enamorada de la Muerte, pero no la de la guadaña, a ella le iba más Mimi, la bella dama del anj, el ángel gótico de Neil Gaiman y Mike Dringenberg. Pero no fue Mimi la que la vino a buscar, porque el «Papá Estado», como decía ella, le arrebató la vida mucho antes de que decidiera su vuelo final. 

Mi vena sin sangre (página 22) 

Atormenta tu sueño  la muerta boca que te deconstruye  en finas hebras de polvo y flujos,  que te aprisiona la carne con sus amarillos dientes,  rrrssshhh!!!  y secuestra tus pensamientos para hacerlos suyos.  Lacera el oído tu desagradable peste,  dilata tu ojo el líquido inflamado que brotaba de mi esencia  dilata tu ojo la pesada mesa que cae sobre tu conector rojo, dejando sólo dos hilos de baba colgando de tu boca.  Ni adioses ni sonrisas.

No queremos resucitar a una poeta muerta. La queremos entre nosotras, su sonrisa, sus rizos, sus desmadres, sus guarradas, su belleza, su fragilidad, su fortaleza. Su suicidio y la injusticia que sobrellevó los últimos cinco años de su vida nos dejaron el corazón de manada desgarrado. Con ella se fue un mundo, una forma de vida, porque todo cambia cuando ya no confías en nada. 

«A la mierda la cordura, las responsabilidades, la educación y la puta moral. A la mierda el pensamiento inducido, la reeducación y la ciega huella de uno mismo. A la mierda todo, el todo contrario a la nada, mi todo rebelde. A la mierda la ceguera y la injusticia de no tener. A la mierda todo, todxs». (página10)

A pesar del tratamiento que ella y el 4-F han recibido durante estos años de los medios de comunicación, queremos rendirle homenaje siguiendo, una vez más, el doloroso rastro de sus palabras. Que hable su poesía de criptas; que aturda la ironía desgarradora de su crónica carcelaria; que Mimi y Xena le acompañen en su viaje.

Despistes  (Página 37)

A veces estoy tan difusa que no recuerdo la contraseña que me dieron al nacer para poder ir abriendo puertas y ventanas, encuentro pues muy confuso el uso del baño y siempre acabo regando macetas con sonrisas. 

A veces vivo encerrada en pasillos delirantes con enormes salas de estar donde me siento a leer sueños, hasta que cantan mi número por un altavoz y puedo atravesar umbrales ciegos de vuelta a ninguna realidad. A veces no sería tan difícil si no pareciera tan grande el destello fugaz de un eclipse de luna sobre la curva de tu ser... Kilómetros de perdidas sendas que no llegan a ningún lugar abren brecha en mi cordura, y voy derecha de cabeza al profundo desvarío si no pronuncias bien mi nombre justo cuando la luz se escapa en tus rincones.

Tras los pasos de la guerrera  (Página 76)

Soy una mitómana. Me di cuenta cuando comprendí que el telediario y Xena, la princesa guerrera, tenían el mismo grado de credibilidad. Si millones de personas creen ciegamente lo que los informativos inventan a diario, por qué no voy yo a creer que mi princesa guerrera existió. 

No distingo entre ficción y realidad, dado que la realidad como tal, para mí, no existe. Con el tiempo me convertí en una nihilista pervertida, dejé de creer en todo lo que se supone que es real y empecé a creer que todas las bollos guerreras fuimos heroicas amazonas en nuestras existencias pasadas, que las ciber-pornochachas harán de mi vida adulta una existencia feliz mientras me teletransporto alegremente por el mundo; me volví una feliz pagana, creé mis propias diosas, sus mesías, y constituí mi propia, feliz y ficticia fe. No piso eso que los demás llaman realidad salvo que sea estricta y absolutamente necesario, y me horrorizo de tal manera que me dan ataques de ansiedad. Para el resto de los humanos esto no es más que una gran broma asesina, la de Kesey y sus colegas de viaje, peligrosa, desequilibrada.

Sucesos paranormales (Páginas 119-142. Fragmentos) 

Últimamente no paro de pensar en cuadrados blancos y negros, de hecho en cuanto saque algo de voluntad de mi bolsillo pienso pintar así mi habitación, como si fuera un tablero de ajedrez. Y en mi parra feliz se me ocurre decirle a Diana que me corte así un lado de la cabeza.

Cuando termina, el homenaje bromista a la victoria de las blancas me parece absolutamente maravilloso. Así que, más feliz que una perdiz con mi nuevo corte de pelo a lo Cindy Lauper, me pongo unos piratillas negros con mis zapatos de hebillas y unas cuantas redes ceñiditas al cuerpo con mi nuevo sujetador de ejecutiva putón. Y, hecha un pincelito, me preparo para discurrir un poco por esta mágica ciudad (...)

Volvemos cocidillos, así que soltamos carcajadas y no paramos de hablar mientras saltan las marchas de la bici y nuestros pies empiezan a tropezar. Voy como flotando... Me encanta desplazarme sobre ruedas por cualquier ciudad. Y, tan divina de la vida, encima, me voy liando un cigarrito.

Justo al girar la esquina de la calle Lluís Companys, enfrente de los juzgados, perdemos el equilibrio y nos vamos de cabeza al suelo. No sé si quedarme allí con la bici, si se llevan solo a Alfredo, o qué. Entonces es cuando nos dejan subir el trasto a la ambulancia, y nos llevan al hospital a coser la ceja de Alfredo y radiografiarnos los cráneos. Así es como vamos derechitos al infierno (...)

Todo se vuelve confuso. Oigo gritos que me acusan de haber estado en la okupa de Sant Pere, salivazos rabiosos salen disparados hacia mi rostro. Veo ojos desorbitados chillándome con la misma ira con la que me interrogan: «¡¿Cómo puede haber tanta sangre en esa bufanda?!», «¡De quién es?! ¡¿Cómo es que la tienes?!». 

De verdad que alucino, nada de esto parece real... Pero aún conservo sangre fría y puedo contestar (...)

Me llevan custodiada y esposada a otro box, donde no se me permite sentarme ni mirar en otra dirección que no sea la pared de enfrente a la altura de mi cara. Estoy muy asustada y no paro de decirles que se trata de un error, que nos hemos caído con la bici, que lo pueden comprobar a través de la información que les doy. Pero nadie me hace caso. Me hacen callar a gritos, putos gritos. Se me llena la cabeza con cientos de gritos perdidos, me cago de miedo, me enfado. Sin darme cuenta, comienzan a resbalar lágrimas descontroladas por mis mejillas. Pero solo agua apretada, ni un gesto más. Y así estaré todo el día, sin poder parar de llorar.

Todo el que pase por las inmediaciones de urgencias puede mirarme y juzgar. Siento sobre mí el peso de varios ojos y las miradas de miedo ante una delincuente esposada y detenida. No puedo evitar pensar en mi primera reacción cuando vi a los detenidos en el hospital... Lagrimones desconsolados siguen resbalando por mis mejillas (...)

Mi primera impresión es el espantoso color rosa de las paredes, a juego con el azul marino de los barrotes, y el fétido olor del agujero de metal que hace las veces de váter. Una grada de piedra, una colchoneta azul (¡por suerte!) y unas mantas conforman el resto del mobiliario. Todo está sucio y lleno de sangre, las paredes, las mantas, el suelo... Hay bastantes bichos muertos.

Me siento en la grada sobre la piedra y me apoyo en la pared. No se qué hacer. Estoy flipada y me quedo empanada mirando las paredes de mi celda de acusada de homicidio. No tengo idea de qué hora será. No hemos comido ni dormido; pero no noto cansancio, solo miedo.

El tiempo se me escapa sentada en la misma posición. Observo con toda la paciencia del mundo el interior de mi celda. No sé cuanto tiempo estaremos aquí. Sigo sin parar de llorar.

Pasa un rato, dos horas, cuarenta minutos… Tengo frío. Estoy cansada. Venzo el asco que me dan las mantas que hay junto a mí y me enrollo en la que parece menos sucia, solo faltaría que pillara alguna enfermedad de la piel.

Me tumbo en la colchoneta y miro los bichos muertos que hay a mi alrededor. Imagino que será el cansancio y el estrés, pero parece que algunos se mueven. Lo que faltaba...

Y así me quedo, tumbada durante horas en la misma posición, con los ojos abiertos como platos, pensando. Y, entre delirio y delirio, comienzo a notar dolores de ovulación. Inocente de mí, pienso que será el estómago vacío… Pero qué va. Me viene la regla. ¡La madre que me parió! ¡Y yo sin espidifen!

Me quedo esperando de pie. Cuando pasa la policía chica, le cuento la viñeta, y le suplico un tampón o una compresa. Me dice que se lo pedirá a una compañera. No vuelve nunca más (...)

Al rato, vienen dos guardias y me sacan de la celda. Vuelven a esposarme y me colocan delante de una puerta, en la misma sala donde me cachearon ayer. Esta vez van a tomarme las huellas. También necesitan las palmas, así que de nuevo he de quitarme la camiseta-medias. Los polis se cabrean, pero por suerte hay una chica entre ellos. Así que salen todos y procedo otra vez a desnudarme. 

Aprovecho para decirle a la chica que estoy con la regla desde ayer y que nadie me ha traído un tampón o una compresa. Me explica, como si le sorprendiera, que no están permitidos los tampones en prisión. Ya intentará conseguirme una compresa. Nunca más vuelvo a verla (...)

Mis problemas con la regla aún no se han solucionado, así que cuando veo al urbano que me llamó «engendro» le cuento de nuevo la historia. Parece dispuesto a echarme una mano. Al rato, una hora, dos, o tres después, aparece con varios fragmentos de papel de cocina. Bueno, menos da una piedra… El tiempo pasa despacio, igual que la plantilla completa de Mossos d’Esquadra de Barcelona que desfila constantemente por nuestras celdas para insultarnos, amenazarnos y quedarse con nuestras caras de asesinos (...)

Hacia las doce de la noche, la jueza dicta sentencia. Un policía viene a buscarme. Ni siquiera sé si alguien sabe dónde estamos.

Me llevan ante una mesa y el mismo fiscal que pidió prisión para mí hace unas horas me comunica que puedo recoger mis cosas y salir en libertad con cargos. Debo volver una vez a la semana a firmar al juzgado, si no lo hago se me pondrá en busca y captura. Ni siquiera le entiendo cuando me habla, solo quiero salir de aquí.

Dos policías me custodian hasta un portón de metal. Abren la puerta y me dejan libre. 

Cruzo un patio grande, atravieso otra puerta de metal y me encuentro en la calle. Miro al frente y os veo a todos esperando y achuchando a Alfredo, que también acaba de salir.... Besos, abrazos y un montón de cariño. Suspiro de alivio y creo que es el fin de esta terrorífica pesadilla. 

Nada más lejos, esto acaba de empezar.

Necros  (Página 99)

A la sombra se cobija el amo y señor de esta ciudad muerta. 

Me mira a los ojos cuando paso,

camina despacio junto a mí 

y me vigila. 

Le traigo ofrendas. 

A veces, el viento arrastra el olor descompuesto, 

pero sólo a veces; 

mientras, un millón de evolucionadas hormigas riegan con lágrimas el cemento 

y adornan con flores muertas 

cada pequeño altar profano. 

Matar para honrar con efímera belleza el breve e irreal recuerdo 

de un instante lejano que se descompone

como las flores muertas que dan color a un nombre. 

Matar para alimentar un dolor extraño y ajeno que un día será mío. 

Matar porque estoy muerta.

Cómo empezar  bien el día  (Página 190) 

Una de las maravillas de mi, ya no tan nueva, vida como presa política del Estado es el divino culto a la salud mental avalado por una corte de psicólogas que, junto al resto del comité de evaluación (siempre dispuesto a sacarse el máster en patologías cuadrifroidianas practicando con cualquier presa que caiga, inocente o no, entre sus malignas garras), velan por tan noble y salubre proceder, utilizando métodos tan anticuados como la clonación nazi. A tal fin y efecto, una de las obligaciones de mi exquisito régimen vital es orinar alegremente y cuando el Estado lo requiera, aleatoriamente y a voluntad, frente a una enfermera de agriado carácter que compruebe con notable asco que sea mi orín y no otro el que llena el botecito de marras que exhibe sádicamente orgullosa frente a mis narices, el cual dado su tamaño y las horas innobles del sutil y «vejatorio» acto en sí, es incapaz de contener las riadas matutinas que expele mi cuerpo acostumbrado a mear sin prejuicio o contención alguna, como buena perra sucia que es una, en cualquier esquina (ver vídeo Soy moderna, vivo en Barna). 

Tecnodescarga  (Página 212)

Sólo busco con las manos

el bombeo acelerado de mi sangre,

el vértigo silencioso de un descenso largo y lento,

de un ascenso largo y lento que ígneo me paralice.

Ni palabras de amor ni locuras,

sólo busco con las manos

el salto mortal que me arroje plácido hacia mi electrizante

vacío,

el húmedo cortocircuito que me derrame en sordo delirio.

Una adorable venganza infernal

que acalle el murmullo constante del ser que me habita.

Sólo busco con las manos extraerme,

abandonarme a mi propia disposición,

suspenderme endiosada en un febril delirio

trenzando así el éxtasis que me alimenta.

Perderme en mí, conmigo.

Ni locuras ni palabras de amor.

Sólo busco con las manos someterme a mi descaro

y verterme en él.

(Sin título)  (Página 223)

A las que nunca han llorado como perras escuchando violines 

A las que se ríen cuando alguien les habla de amor. 

A las que no entienden una mierda de sentimientos y los pisotean.

A las que entierran secretos dolorosos y los dejan crecer.

A las que leen poesía y se aburren porque no entienden nada.

A las que nunca han llorado mientras se corren.

A las que son capaces de matar sentimientos sin mirar atrás.

A las que escupen sin ningún cariño palabras hirientes.

A las que no son capaces de dar.

A las que nunca han besado bajo una tormenta furiosa.

A las que han dejado de sonreír.

A las que los sueños les parecen infantiles.

A las que se llenan de deseos y sólo tienen ilusiones.

A las que conquistan por poder y se abandonan a sí mismas.

A las que se dejan vencer.

A las que no

Poeta muerta’’ Patricia Heras Ediciones Capirote Barcelona, 2014