En la escalera del éxito

Pol López y Laura Aubert han triunfado en el Lliure y otros teatros.

Pol López y Laura Aubert han triunfado en el Lliure y otros teatros.

IMMA FERNÁNDEZ / BARCELONA

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Ella, desde que se subió al éxito de Els feréstecs de la mano de Lluís Pasqual-fue la gran revelación, un desternillante torbellino como Llucieta-, no ha parado de rodar por la cartelera barcelonesa. Siete obras, bolos aparte, en la pasada temporada. En la última, Amor & Shakespeare, con la que recalará en septiembre en el Poliorama tras su estreno en el Grec, rueda también espléndida de personaje en personaje. A Laura Aubert no le asusta la marea escénica en la que se ha embarcado. Lleva desde los 12 años en Els Pirates, compañía que gestiona el Maldà y dirige su hermano Adrià. «Me siento muy halagada por que ahora me llaman muchos. Pero también quiero seguir con mis proyectos personales», revela la requerida pirata barcelonesa.

Pol López, que ha coincidido con Aubert en la joven Kompanyia Lliure, debe agradecer al reino animal (especialmente a las aventuras perrunas) su meteórica trayectoria. Ya apuntó alto en American Buffalo, pero ha sido el mejor amigo del hombre su talismán definitivo. Impactó con el monólogo Ivan i els gossos y este 2015 ha cautivado a todos como el adolescente autista de El curiós incident del gos a mitjanit (se repondrá la próxima primavera en el Lliure de Montjuïc). Curioso ese azar canino en las dos historias que le han consagrado como animal escénico. La próxima -Hedda, filla del seu pare, revisión del clásico de Ibsen- le llevará a Temporada Alta. Y en marzo volverá al Lliure para coronarse en el Hamlet de Pau Carrió. No le asusta atacar, a los 31 años, el más complejo de los personajes del Bardo. El mayor reto escénico, a decir de muchos. «Me apetece pasar por sus dudas existenciales, poder entenderlo y pensarlo a nivel espiritual. El vuelo que le otorguen no me importa. No puedo perder tiempo».

No lo ha hecho; en los últimos años ha ido a la carrera combinando las propuestas del Lliure con las de la compañía Solitària, que integra con jóvenes talentos como Pau Vinyals, y otros proyectos. «Lo que quiero es disfrutar y seguir aprendiendo», sostiene López, que ha encontrado sobre el escenario su lugar en el mundo: «Cuando todo fluye y hay un buen equipo sientes una armonía y un intensidad vital muy especiales».

Peor lleva los prolegómenos del oficio. «Lo de aprender el texto es aburrido, estás solo en casa. A mí me gusta ensayar con el grupo, debatir sobre los conflictos de los personajes y la obra. Y luego, la comunión con el público, el dar y el recibir. Es muy bonito». Conviene Aubert que es esa comunión con la platea y el juego con los compañeros los que dan sentido a su profesión. «Te das cuenta de que la elegistes por esto», resuelve.

FÚTBOL Y MÚSICA / López aspiraba de crío a ganarse la vida con el balón en los pies. Pero acabó agarrándose al telón tras presagiar que en la cancha   no tendría futuro. «Jugué hasta los 16 años de delantero centro pero no me iba muy bien. Me hice actor por intuición. Desde pequeño me gustaba mucho observar a la gente e imitarla, entré en el Institut del Teatre y vi que esta profesión me divertía y me daba muchas cosas».

A Aubert se le presentó el dilema de seguir la partitura de su padre violinista o apostar por las bambalinas como su hermano Adrià. «Yo no decidí ser actriz, me vino de una manera natural. Me planteé ser violinista pero al final entré en el Institut del Teatre con mi hermano y me gustó». No hubo en casa más reproches que el «¡ostras!» de su madre. «Ella sabe por mi padre que los artistas tienen muchos altibajos en su trabajo».

Los estudios de violín le han reportado a la actriz un plus adicional. Son muchos los directores que aprovechan su pericia instrumental. «Me gusta tocarlo y si cuadra en la obra, perfecto». Así lo hace en Amor & Shakespeare, la última comedia de un currículo que viró hacia la risa tras triunfar con Els feréstecs. «Antes, la mayoría de obras que hice eran dramas. Me gusta mucho hacer comedia pero no quiero que me encasillen. Cuando me dicen: «¡Cómo me haces reír!». Muchas gracias, pero no soy solo eso. Si al final todos me dan papeles cómicos, seré yo la que me daré uno dramático. Me gusta escribir», afirma la actriz, que volverá a sonreírle al Lliure de la mano de Pasqual y el genial Eduardo de Filippo (en A teatro con Eduardo). También irá a la Biblioteca con una nueva creación de Oriol Broggi, y estrenará Ronda naval sota la boira, de Pere Calders, y un cabaret en el Maldà.

Saltar a las tablas, prosigue, le produce un vértigo adictivo. «Antes de salir paso unos nervios horrorosos, pero al mismo tiempo la sensación me gusta. Es una gran contradicción». López asiente. Ambos tienen sus rituales contra el miedo escénico y coinciden en uno: «Nos lavamos los dientes. Para hablar mejor y por respeto a los compañeros y al público. Es habitual en el oficio».

Son carne de teatro pero el cine les tienta. «Me encantaría probarlo», admite ella. Él -curtido en Crackòvia, Polònia...- acaba de rodar la telemovie Ebre, del bressol a la batalla, apareció en El camí més llarg per tornar a casa (¡otra historia con perro!) y hará en Madrid una comedia. «Me apetece mucho probarme en el cine», dice López, que a los 17 años le echó un mordisquillo a Lo mejor que le puede pasar a un cruasán. El breve papel le resultó indigesto. «Era un espantapájaros con rastas. Ni pestañeaba. Estaba muy poco expresivo».

Tres lustros después el pequeño gran actor reina en la escena con su multiplicidad de registros y edades. «Cuesta mucho llegar y también mantenerse. Todo está muy complicado, incluso para los que estamos dentro del mundillo, ¡horrible palabra!», responde a los que critican que siempre son los mismos tras el telón. Aubert hace suyas las palabras de la Nina de Chejov (La gaviota): «Es una cuestión de resistencia». Resistencia, trabajo y optimismo, he aquí sus pilares. «No he parado de trabajar, aunque también juega la suerte».

Tras la intensa temporada -en julio presentaron en la Bienal de Venecia El caballero de Olmedo-, los actores recargan este agosto las pilas. Ella se ha escapado a Mallorca y él, a tirarse «a la hamaca» en Brasil y Argentina.

Volverán en septiembre a una cartelera que, coinciden, carece de «vanguardia y riesgo». «Echo de menos el teatro europeo y compañías catalanas que están fuera haciendo cosas muy interesantes», dice López. Fan de Krystian Lupa, lamenta el escaso respaldo al sector público cultural, con unas instituciones gestionadas por empresas pendientes de la caja.  «Se impone el que todo funcione pero debería de haber laboratorios donde la gente pudiera lanzarse y estamparse. O no», tercia Aubert.

Más ilusionante les resulta el giro político, con una Ada Colau «defensora de los derechos sociales». «Se han estrechado los vínculos entre el pueblo y las instituciones. Por fin se da voz a la gente», celebra López. Aubert le pediría a la alcaldesa que «replantee el papel de la cultura en la educación». «Ahora es inexistente y si sigue así desaparecerá el interés, el público y el teatro», razona la actriz, que no esconde su apoyo a la CUP. «Los veo muy consecuentes y a nivel de independencia, estoy con ellos. Necesitamos un cambio. Respeto todo lo que pase, pero pido a la gente que no tenga miedo al cambio. ¡Que el miedo no nos mate!

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