La mujer oprimida

Anna Muylaert presenta 'Una segunda madre', una premiada disección en torno sistema de castas dentro de la sociedad brasileña

La directora brasileña Ana Muylaert, fotografiada la semana pasada en Madrid.

La directora brasileña Ana Muylaert, fotografiada la semana pasada en Madrid.

BEATRIZ MARTÍNEZ / MADRID

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Val (Regina Casé), lleva trabajando de asistente interna durante años en la mansión de una familia adinerada de Sao Paulo. Además de ocuparse de la casa, prácticamente se ha encargado de criar a Fabinho, fruto del matrimonio, a costa de tener que dejar de lado a su propia hija, Jéssica, a la que no ve desde que era una niña. El transcurso cotidiano de Val parece discurrir de forma feliz y tranquila, sin darse cuenta del servilismo y la sumisión a la que ha supeditado su vida.

Así comienza Una segunda madre, la película de la brasileña Anna Muylaert que se ha convertido en una de las sorpresas de la temporada tras pasar por los festivales de Berlín y Sundance, donde consiguió el premio del público, y que se estrena este viernes. En ella, la realizadora construye una historia alrededor de las diferencias sociales en el seno de su país a través de la figura de esa asistenta que simboliza el sometimiento de la clase trabajadora frente a las estructuras de poder que ejercen el domino y la humillación. «Quería poner de manifiesto ciertas cosas que no deberían pasar desapercibidas y que es necesario reivindicar», nos cuenta su directora, Anna Muylaert, en su visita a Madrid para presentar la película. «Quería hablar de la mujer oprimida, que acepta un papel equivocado desde el principio y después no puede escapar de él». 

De alguna manera, Una segunda madre establece un puente de encuentro, más bien de choque, entre el viejo y el nuevo Brasil después de las reformas acometidas por el Gobierno de Lula. «Mi país está cambiando, pero de forma muy lenta. Las reglas sociales y las estructuras jerárquicas que lo sustentan, son muy profundas y luchar contra ellas es difícil. Hay una juventud que intenta impulsar el cambio, y que en la película viene representado por el personaje de Jéssica, que de alguna manera se convierte en el elemento desestabilizador del orden establecido».En efecto, desde el momento en el que Jéssica aparece en pantalla, su atrevimiento hará tambalear los cimientos de esa casa que se convierte en metáfora de la sociedad brasileña, con sus niveles de poder perfectamente definidos. «Los estamentos se encuentran demasiado inmóviles, ella es el futuro, la osadía de romper con las convenciones», afirma.

La directora consigue crear una atmósfera repleta de incomodidad y de tensión en ese microclima en el que todo parece estar a punto de estallar. «Uno de mis referentes era El ángel exterminador de Buñuel, porque trabaja la ironía al mismo tiempo que la presión y la incertidumbre. Además, en ella, los empleados, al final, echan al patrón».

Discriminación de género

¿Es necesario romper las reglas para alcanzar la libertad (y la dignidad) individual? «Sin duda, sobre todo para las mujeres», responde. «En mi país, no importa que yo haya ganado premios en el extranjero, porque me ignoran. Los círculos de dominación están compuestos por clubinhos de hombres que no tienen ningún respeto. Si eres mujer, te quedas fuera, como Val, y hay que luchar el doble».Lo cierto es que el filme de Muylaert ha alcanzado el reconocimiento a nivel internacional (no tanto en su país) y ha contribuido a asentar el discurso sobre la discriminación de género que reivindica la realizadora. «Las mujeres no aguantan más el machismo. Es una situación anacrónica que no tiene sentido. ¿Ocurre igual aquí?». 

TEMAS