Muere el premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez

El escritor que llegó de Aracataca a la cumbre

Gabriel García Márquez, tras su llegada a un hotel de Barcelona el 28 de abril del 2005.

Gabriel García Márquez, tras su llegada a un hotel de Barcelona el 28 de abril del 2005. / PSQ

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El premio Nobel de Literatura en 1982, Gabriel García Márquez, ha muerto este jueves a los 87 años de edad en México, donde vivía desde hace años, después de pasar las últimas semanas aquejado por una neumonía. El pasado 31 de marzo, García Márquez fue ingresado de urgencia en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas Salvador Zubirán, en México, "por un cuadro de deshidratación y un proceso infeccioso pulmonar y de vías urinarias".

Permaneció hospitalizado una semana en la que aprovechó para dar muestras de su buena evolución. Incluso llegó a pedir a los periodistas que estaban a las puertas de dicho centro sanitario que "fueran a hacer su trabajo", restando importancia a su estado de salud.

Sin embargo, los rumores de los últimos días sobre una posible recaída en el cáncer linfático, que le habría afectado a un pulmón, ganglios e hígado, de acuerdo con el diario mexicano 'El Universal', que citó fuentes propias, hicieron temer de nuevo por su salud.

En alusión a estos rumores, la familia del escritor colombiano admitió el pasado lunes que su salud "era muy frágil" y que "existían riesgos de complicaciones de acuerdo a su edad", pero subrayó que estaba estable. El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, fue más tajante al afirmar que "no era cierto que se le hubiera revivido el cáncer". "Sufrió una neumonía a una avanzada edad y ya está controlada. Rezamos para que se recupere totalmente y muy pronto", dijo el miércoles. Este mismo jueves, su médico personal, Jorge Oseguera, había anunciado, tras visitarle en su casa, que García Márquez estaba "en un estado delicado propio de su edad, de sus patologías de base y de los problemas que ha sufrido últimamente".

En 1999, se le diagnosticó un cáncer linfático que, según declaró en una entrevista concedida al diario colombiano 'El Tiempo', superó tras un tratamiento de tres meses. Hace dos años se rumoreó con la posibilidad de que 'Gabo', como se le conoce popularmente, sufriera demencia senil, pero la familia lo desmintió.

De Aracataca a la cumbre

Lo dijo su entonces amigo Mario Vargas Llosa y no exageraba: «La aparición de 'Cien años de soledad' fue como un terremoto literario en Latinoamérica (...) Su autor se convirtió de la noche a la mañana en un ser casi tan famoso como un gran futbolista o un egregio cantante de boleros». Era 1967 y las ediciones de la novela aparecida en Buenos Aires se renovaban cada semana. 

Bigote de rufián latino, pelo ensortijado de árabe, camisas coloridas, con una contradictoria combinación de altivez y timidez, es muy posible que Gabriel García Márquez –no tan dotado para las relaciones públicas como Vargas Llosa– no persiguiera el apabullante reconocimiento público de aquella novela total, su quinto libro publicado, considerada una obra maestra desde el minuto uno. Pero fue así y ya no tuvo más remedio que convivir con ese éxito, quedar atrapado en la torre de marfil del gran autor que, además, gracias a su exótica imaginería se convierte en el representante literario de todo un continente.

No importaba que la mayor parte de los escritores que luego fueron empaquetados en el 'Boom' no se identificaran con su tropicalia, sus lluvias de flores y pájaros, sus fantasmas y su viejos con alas. El mundo de García Márquez era un símbolo original y perfecto. Y por ello maravillosamente exportable. De ahí que los académicos suecos lo distinguieran con el Nobel en 1982, 28 años antes que al más europeo y racional Vargas Llosa, y que cuando Gabo recogió el premio no lo hiciera únicamente por Colombia sino por toda América Latina.

El Macondo de 'Cien años de soledad' se llamaba en realidad Aracataca, una aldea costera de clima bochornoso y apenas 20 casas donde en 1927 nació el escritor colombiano, uno de los 16 hijos del telegrafista –no todos legítimos–. Fue criado por los abuelos y una caterva de tías en una casa que a la caída del sol, decían, se llenaba de espíritus y aparecidos propiciando las historias. De ahí que Gabo siempre insistiera –en la época en la que todavía accedía a las entrevistas– en que sus novelas y cuentos tenían más de realismo que de magia. «Nada puedo hacer si mis páginas han sido consideradas como fruto de una desenfrenada fantasía. Lo que yo sé es que en mis páginas no hay ni una línea que quien vive en el Caribe no considere cotidiana y normal». Macondo, ese lugar mítico en el que «el mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre y, para mencionarlas, había que señalarlas con el dedo» apareció en algunos de sus primeros relatos pero solo fue en Cien años... cuando quedó completo ese universo poblado por más de 200 personajes, donde las generaciones de la familia Buendía se suceden como un torbellino confundiendo a los lectores con sus nombres idénticos.

A los 20 años, y tras haber acallado la insistencia de su padre para que se convirtiera en abogado, Gabo, sin un título universitario en el bolsillo, entró a trabajar como reportero en 'El Heraldo' y más tarde en 'El espectador'. «Cuando leo algunas de las cosas que escribí como periodista me tengo una inmensa admiración –recordaba–. Yo llegaba al periódico y mi jefe me decía: ‘tenemos una hora para entregar esa noticia’. Entonces no me daba cuenta de la dinamita que tenía entre las manos». Un reportaje publicado en 1955, 'Relato de un náufrago' (recuperado por Tusquets en 1970) hizo que subiera la circulación del diario. Muchos años más tarde, el escritor, que regresó al reportaje con La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile y con Noticia de un secuestro devolvería a la profesión los servicios prestados con la creación de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Latinoamericano.

Fueron los amigos del escritor los que enviaron a un editor su primera novela 'La hojarasca', nacida de su enamoramiento por William Faulkner y sus frases arborescentes, cuando este la abandonó en su escritorio para irse como corresponsal a Italia en 1954. Agotado el modelo, trasladó su admiración al mucho más esencial Hemingway, lo que propició 'El coronel no tiene quien le escriba', que redactó en París, más pobre que las ratas. En 1958 regresó a casa para casarse con su novia de toda la vida. Y toda la vida, más de 50 años, han estado juntos. Mercedes Barcha, nieta de inmigrante egipcio, una mujer grande y llamativa mucho más alta que el novio y pilar de la empresa familiar, encarnará el imprescindible modelo de esposa-de-gran-escritor eficaz y protectora. 

Con Mercedes y los hijos que fueron llegando, Rodrigo, hoy respetado director de cine independiente, y Gonzalo, diseñador gráfico, vivió en Estados Unidos como corresponsal de Prensa Latina, y más tarde en México, donde en tan solo 18 meses -aunque llevase madurándola toda la vida– tecleando con tan solo dos dedos escribió 'Cien años de soledad', desde su frase iniciática e inaugural: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo». Al escritor le gustaba contar que no tenía un peso para comprar los sellos a fin de enviar el original al editor argentino Francisco Porrúa y solo pudo hacerlo gracias a un anticipo del director literario de Sudamericana. Sobre la leyenda de que Carlos Barral había tenido acceso al original y lo dejó pasar ni siquiera el biógrafo Gerad Martin ha sabido dar una respuesta.

En 1967 y 1973, la familia residió en Barcelona, concretamente en la calle Caponata número 6, coincidiendo con uno de los momentos más dulces del 'Boom', que entonces empezaba a mostrar su potencia. Fue en Barcelona donde escribió su novela más compleja, 'El otoño del patriarca'. Quid pro quo, el valor en alza del escritor también afianzó a Carme Balcells. A la superagente y principal inductora del boom le gusta contar que un día Gabo le preguntó por teléfono si le quería y ella, práctica, le respondió: «No puedo responderte a eso. Eres el 36,2 por ciento de nuestros ingresos». Bajo el argumento de que en Catalunya estaba perdiendo el sonido de su lengua, regresó a México en 1975, donde se instaló ya indefinidamente, pese a que continuó teniendo casas en Cuernavaca, Barcelona, París, La Habana, Cartagena de Indias y Barranquilla, volcado en una incansable militancia política que cuatro años antes, con el 'caso Padilla', le dejó empecinadamente en el lado cubano de la revolución.

La década de los 80, la que lo entroniza con el Nobel –un premio que él había criticado pero que recogió vestido no de frac sino con el liquiliqui, la camisa colombiana, en nombre del «pueblo latinoamericano oprimido por el imperialismo»– se saldó también con la aparición de dos de sus novelas más populares, 'Crónica de una muerte anunciada', habilidoso 'thriller', y 'El amor en los tiempos del cólera', en la que recreó las difíciles circunstancias del noviazgo de sus padres, aunque no pudo regresar a la ingenua magia de sus mejores páginas.

 Mientras tanto, alejado de todos los que antes fueron sus amigos –rota su relación de golpe y a golpes, con Vargas Llosa-, afianzada su fascinación por Fidel Castro con quien se trata de igual a igual, encerrado en su laberinto de éxito –«Estoy de García Márquez hasta los cojones», resumía–, se dedicó a cultivar una soledad alimentada por sus enfermedades, un cáncer de pulmón y uno linfático, el alzheimer y por sus escasas apariciones en público que la prensa ha ido reflejando casi como milagros marianos. Su biógrafo, Gerald Martin, lo retrató en el 2007 en Cartagena de Indias donde se lo homenajeó en ocasión del IV Congreso Internacional de la Lengua Española y donde se codeó con el rey Don Juan Carlos, Bill Clinton y cinco presidentes colombianos en una foto en la que los más ingeniosos solo echaron en falta a Fidel y al Papa de Roma. Así el palurdo de pueblo -como le gustaba llamarse–, el escritor que se envanecía de no leer –sea eso cierto o no-, había llegado a la cumbre.