La vigilia del conflicto
El avispero balcánico
Hoy puede sorprender que un crimen en los Balcanes fuese el detonante de la Gran Guerra. Pero en 1914 era la región más inestable de Europa al converger las ambiciones nacionalistas de sus países (que soñaban crear una Gran Serbia, Grecia o Bulgaria) y las rivalidades de las grandes potencias. El atentado de Sarajevo rompió su precario equilibrio.
Las raíces de esta situación residían en el declive del imperio otomano, al que en el siglo XIX el zar Nicolás I definió como «el hombre enfermo de Europa». Así, cuando Rusia derrotó a Turquía en 1878 surgió un nuevo orden político en la región. El temor a que los zares la dominaran llevó a celebrar un congreso europeo en Berlín que delimitó esferas de influencia: reconoció la independencia de Rumania, Serbia y Montenegro, la autonomía del principado de Bulgaria y Austria pasó a administrar Bosnia-Herzegovina (aunque nominalmente continuó siendo turca).
Pero Turquía sufrió pronto sucesivas amputaciones. En 1908 Austria se anexionó Bosnia y Bulgaria se independizó. Entre 1911 y 1912 Italia se quedó con Libia y las islas del Dodecaneso. Ello creó condiciones para una gran conflagración, que advirtió profético el primer ministro italiano, Giovanni Giolitti: «¿Y si después de atacar Turquía, comienzan a revolverse los Balcanes?; ¿y si un enfrentamiento balcánico provoca hostilidades entre los dos bloques de potencias y una guerra en Europa?»
Y así sucedió. Primero se desarrollaron dos guerras balcánicas. La primera, en 1912, enfrentó a una Liga Balcánica (formada por Serbia, Bulgaria, Grecia y Montenegro) protegida por Rusia contra Turquía. Se saldó con la pérdida de los territorios otomanos de Europa (solo quedó Estambul), pero sin una paz satisfactoria para los vencedores. Ello generó otra contienda en 1913, cuando Bulgaria atacó a Serbia y se unieron a la última Grecia, Montenegro y Turquía. Bulgaria fue derrotada y Serbia devino la gran potencia regional: pasó de 2,9 millones de habitantes a 4,5. Ahora aglutinar a los eslavos de los Balcanes en una Gran Serbia parecía posible, sobre todo al contar Belgrado con la ayuda de una Rusia que había hecho del paneslavismo su misión histórica.
UNA REGIÓN INFLAMABLE / Los Balcanes devinieron entonces una zona altamente inflamable, ya que -como destaca la historiadora Margaret MacMillan- la sola existencia de Serbia era un peligro para la corona austro-húngara al ser «un imán, modelo e inspiración para los sudeslavos del propio imperio». Además, Belgrado exhibió una vistosa belicosidad. Su primer ministro Nikola Pašic fue explícito a inicios de 1913: «Si Serbia es derrotada en el campo de batalla, al menos no será despreciada por el mundo, pues el mundo tendrá en alta estima a un pueblo que no está dispuesto a vivir como un esclavo de Austria».
En suma, en verano de 1914 los países de la región no eran títeres de las grandes potencias, sino que podían arrastrarlas consigo en sus juegos de poder. El crimen de Sarajevo lo acreditó: exacerbó la ira de Viena contra Belgrado hasta el punto de ir a la guerra y obligó a Rusia a movilizarse en pro de su protegida Serbia. Se encendió la mecha del polvorín al que Giolitti aludió, pero esta nueva guerra balcánica sería mundial.
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