Ideas

Año Ovidi Montllor

XAVIER BRU DE SALA

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No es oficial, ni falta que le hace, ni le habrá gustado. El Año Ovidi Montllor es cosa de compañeros, de amigos, de la gente que lo aprecia porque le apreció, le hubiera conocido en persona o por sus canciones. Ovidi era íntegro, sencillo, limpio de corazón, terco, brillando, sensible, divertido, entrañable. Lo sabe su hermano del alma Toti Soler, también músico y persona excepcional.

La gente de una sola pieza no acaba nunca de encajar en entornos ambivalentes. En general, son menospreciados por poco competitivos. No llegan nunca a lo alto porque ni saben clavar codazos ni se acuerdan de devolverlos. Prefieren apartarse y buscar territorios menos disputados donde decir la suya, sin condiciones, sin claudicar. No tan solo contra la dictadura que lo atenazaba todo, sino al margen de las luchas y conspiraciones por el poder interno al mundo de la canción. Por haberse negado a participar en lo que podemos denominar la Gran Conspiración de aquel pequeño y, a pesar de todo, benemérito mundillo, ya en plena transición, Ovidi fue cruelmente marginado. Suerte tuvo del cine. Cuando ni eso tenía para sobrevivir, pasaba cómo podía, yerto, sin quejarse.

Ahora queda su voz, como si no hubieran pasado los años. Algunos sentimientos colectivos que van y vienen. Otros se esfuman para siempre jamás. Lo que nos emocionaba de las letras, la música, la voz inimitable de Ovidi, brilla como el primer día, con el reflejo en la atmósfera del primer día. Quizás es que muchos, contagiados de nuevo por su optimismo tan ingenuo como lúcido, vuelven a imaginarse que «la fera ferotge aviat s'escapará».

¿Y mientras? Mientras tanto, escuchémosle de nuevo. Y penetremos en sus imborrables trabajos en homenaje a dos grandes poetas cercanos a todos, Joan Salvat-Papasseït y Vicent Andrés Estellés. Lo que hizo con ellos Ovidi es perenne. Eso quedará por encima de todo y muy lejos en el tiempo, mientras haya oídos sensibles a la verdad de la poesía nítidamente transmitida.