TECNOLOGÍA MILITAR

De 'Terminator' a los robots asesinos

Las armas letales autónomas abren un debate ético sobre las consecuencias de su uso en las guerras del futuro

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Anna Josa Marrón

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El miedo de las personas a ser destruidas por nuestras propias criaturas copa nuestro imaginario desde que Mary Shelley escribió Frankenstein. Ese temor se ve plasmado en el siglo XXI en el desarrollo de los sistemas de armas autónomas letales (LAWS, por sus siglas en inglés), también conocidos como los robots de la guerra.

El Departamento de Defensa de EEUU considera que un arma autónoma es “un sistema que, una vez activado, puede seleccionar objetivos y apuntar contra ellos sin necesidad de intervención humana”.

La avanzadilla que lidera el desarrollo de esta alta tecnología militar está compuesta principalmente por Estados Unidos –estado que mayor presupuesto dedica-, ChinaRusiaIsraelCorea del Sur y Reino Unido, según la coalición internacional ‘Stop Killer Robots’. Los ejemplos de esta industria de la guerra se concretan en diferentes máquinas.

Estados Unidos lidera la avanzadilla militar

Estados Unidos, ya ha probado con éxito el X-47B, el primer avión no tripulado con la capacidad de repostar en vuelo sin la intervención humana y aterrizar sin ayuda en un portaaviones. Además, EEUU también ha desarrollado el Sea Hunter, un vehículo no tripulado que está diseñado para navegar por la superficie y cazar a los submarinos enemigos, sobretodo en un momento en que tanto Rusia como China están haciendo avances en este campo.

Por otro lado, Reino Unido ha elevado a la máxima potencia la sofisticación en el dron Taranis. Su nombre hace referencia al dios celta del trueno y consiste en un avión del tamaño de un autobús que se pilota desde tierra y que es de muy difícil detección. Lo ha creado BAE Systems y sus funciones van desde el espionaje hasta el transporte de armas, pasando por el marcaje de objetivos y la disuasión del enemigo.   

Rusia, y también otros países, están desarrollando tanques robóticos que derivan de versiones autónomas del Uran-9, un tanque de combate que puede operar de forma independiente o mediante control remoto para poder llevar a cabo misiones de reconocimiento y de asistencia de tiro en combate.

Asimismo, Israel ha creado el Harpy –arpía-, un avión no tripulado de unos tres metros de longitud, que está diseñado para atacar sistemas de radar con explosivos. También Corea del Sur utiliza los robots SGR-A1 para llevar a cabo funciones de vigilancia en la zona desmilitarizada en el norte del país. Estos robots, desarrollados por una filial de Samsung, tienen la capacidad de identificar y disparar objetivos a más de tres kilómetros de distancia.

Uso autónomo de la fuerza

Todos estos prototipos se pueden categorizar según las aplicaciones de su autonomía. Según el SIPRI, centro de estudios sobre paz, conflicto y armamento, los robots de guerra pueden desarrollar diferentes funciones: la movilidad en un espacio determinado, la capacidad de reparar el propio sistema y de sobrevivir, la habilidad de cooperar con otras máquinas o humanos, el almacenamiento y análisis de datos estratégicos y, evidentemente, el uso de la fuerza.

Además, desde un enfoque teórico, el desarrollo de la alta tecnología militar se está llevando a cabo en un contexto de transición del conflicto armado. Las guerras de hoy cuentan con un añadido: el rol creciente de las empresas militares y de seguridad privadas. Esta nueva tendencia –la privatización de la seguridad- puede tener consecuencias muy graves. Lo justifica Caterina García, catedrática de relaciones internacionales de la Universitat Pompeu Fabra, en un estudio sobre la conflictividad armada contemporánea; “la privatización incide sobre el proceso de transformación de la soberanía estatal, sobre la seguridad y los conflictos y sobre la gobernanza global”.

Además, puede afectar negativamente en la autonomía de los estados débiles, propiciar el apoyo a regímenes represivos y cuestionar el tradicional monopolio estatal del uso legítimo de la fuerza. De este modo, la catedrática manifiesta que el uso privado de la fuerza pone en riesgo “los valores sociales generales como la democracia, el derecho internacional, los derechos humanos y la protección de civiles en los conflictos armados”.