LA CARRERA A LA CASA BLANCA
La revuelta de la América blanca
El declive demográfico y socioeconómico de la población blanca galvaniza el apoyo a Trump
Ricardo Mir de Francia
Periodista
Especialista en política internacional y reportero. Fue corresponsal en Washington durante una década, donde cubrió las presidencias de Obama, Trump y los inicios de Biden. Antes estuvo otros seis años en Oriente Medio. Licenciado en Periodismo por la Pompeu Fabra y con estudios de posgrado en Derecho Internacional, se ocupa actualmente de la guerra en Ucrania. Interesado también en temas de investigación, geopolítica de la energía, cambio climático y economía.
RICARDO MIR DE FRANCIA / WASHINGTON (PENSILVANIA)
Halloween ya no es lo que solía ser en Washington, la capital de uno de los condados del noroeste de Pensilvania, una pequeña ciudad pegada a la frontera con Ohio, dos estados que serán decisivos en las elecciones del martes en Estados Unidos. Los niños ya no buscan caramelos al caer la tarde de puerta en puerta. La epidemia de opioides y el alcoholismo rampante han llenado la noche de sombras y la fiesta de disfraces se celebra ahora durante el día en un aparcamiento. Por aquí, como en otros tantos lugares del país, los buenos datos macroeconómicos no parecen importar nada. Muchos ni siquiera se creen las estadísticas. La América blanca que puebla estas tierras y que no ha conocido más que privilegios, se está literalmente muriendo.
Esa América es la que ha cerrado filas en torno a Donald Trump, que, a solo cuatro días de las elecciones, le pisa los talones a Hillary Clinton. La candidata demócrata tiene todavía más probabilidades de ganar, pero en varios estados cruciales la diferencia a su favor está casi en el margen de error de las encuestas. Nada de eso estaría sucediendo si dos tercios del país no creyera que se avanza en la dirección equivocada. De nada parece servir que más de tres millones de estadounidenses salieran de la pobreza en el último año. O que el salario medio creciera el mes pasado al ritmo más rápido desde el 2009 tras un prolongado período de estancamiento. O que el paro haya bajado al 4,9%.
Detrás de los números hay una crisis larvada que está devastando a comunidades enteras. La mortalidad de la población blanca de mediana edad se ha disparado en los últimos 15 años, según un estudio publicado hace unos meses por los premios Nobel de Economía Anne Case y Angus Daton. Entre la población de 45 a 54 años ha crecido un 20%, un cambio de tendencia “que no ha sufrido ningún otro país industrializado”. El abuso de fármacos, el alcohol, la obesidad y los suicidios se apuntan como causas principales.
DROGAS Y ALCOHOL
En pequeñas ciudades como esta del antiguo cinturón industrial del país, donde los buenos empleos escasean y la vida social de los centros urbanos ha muerto por la desaparición del pequeño comercio, saben bien de qué se trata. “Si esto fuera una epidemia de ébola tendríamos a todas las agencias encima, pero la adicción sigue acompañada de estigma y nadie le está prestando la atención que merece. Nuestra gente se está muriendo”, asegura Erich Curnow desde la Comisión de Alcohol y Drogas de Washington. Solo en este condado, donde viven unas 200.000 personas, 73 personas fallecieron el año pasado por sobredosis de fármacos opiáceos y heroína, una epidemia que se cobra ya en todo el país más víctimas que los accidentes de tráfico. Los servicios de emergencias atendieron más de 330 llamadas.
La plaga no discrimina. Afecta a todos los grupos de población, aunque es más acentuada entre los adultos blancos de entre 35 y 53 años. Hay desde abogados y policías enganchados a obreros de las pocas fábricas que quedan en la región. La gran mayoría desarrollaron la adicción después de que un médico les recetara analgésicos opiáceos para el dolor. Cuando las recetas se acaban, el mercado negro pasa a ser la alternativa y, en la calle, la heroína es bastante más barata que la oxicodona o la hidrocodona. Muchos se pasan por necesidad al caballo, convertido también en la droga con la que experimentan los chavales en los institutos.
CALADERO DE VOTOS
Dennis Paluso es el asesor del fiscal del distrito en este condado de Washington. “Cuando yo era joven, todo el mundo trabajaba y lo normal es que se quedara toda la vida en la misma empresa. Tenían seguro sanitario, una pensión y una familia. Ahora todo eso ya no existe”, asegura desde su despacho. Paluso votará demócrata pero entiende el apoyo masivo que Trump está recibiendo entre la clase trabajadora blanca, su principal caladero de votos, que es también la más golpeada por la globalización.
“Hay mucha gente ansiosa y desesperada que siente nostalgia por el pasado y cree que el sueño americano se les ha escapado de las manos”. Eso es precisamente lo que Trump promete con su eslogan “Hacer a América grande otra vez”, una idea que ha mezclado con esas otras de recuperar la identidad cristiana y anglófona del país o culpar a los inmigrantes del crimen o de quitarle el empleo a los estadounidenses. Esa vuelta a un pasado idílico ha enardecido a la América que se siente abandonada por los políticos y ve que su mundo se está desvaneciendo. Grupos como el Ku Kux Klan se sienten reivindicados, pero también todos esos locutores radiofónicos que echan pestes contras los gais y los musulmanes y que abrazan toda clase de teorías conspiratorias.
TENDENCIA EN EL MEDIO OESTE
Solo una semana antes de que el magnate anunciara su candidatura a la presidencia el año pasado, la oficina del censo publicó que por primera vez en la historia los niños blancos de 5 años son minoría en las escuelas. Un estudio del 'Wall Street Journal' señala que es en el Medio Oeste del país, donde el influjo de inmigrantes ha sido mayor en los últimos años, donde más ha cambiado la tendencia política a favor de Trump.
Es esa América asustada la que ha lanzado su particular revuelta política en estas elecciones. Aunque no es un grupo monolítico porque los blancos universitarios podrían votar por primera vez en 60 años mayoritariamente demócrata, un cambio derivado del rechazo que la misoginia de Trump ha provocado entre las mujeres. “La gente lucha cuando pierde su sentido de pertenencia, el sentido del país que comprenden y aman”, escribe en 'The Atlantic' Robert Jones, autor de ‘El final de la América blanca cristiana’. Y esa lucha está en marcha.
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