VIOLENCIA EN MÉXICO

Un largo camino mortal

Sufrimiento 8 Dos mujeres con camisetas de familiares desaparecidos protestan en un acto en Tixtla, en las afueras de Chilpancingo, el jueves.

Sufrimiento 8 Dos mujeres con camisetas de familiares desaparecidos protestan en un acto en Tixtla, en las afueras de Chilpancingo, el jueves.

TONI CANO / IGUALA

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Ni todo lo ocurrido hace 50 días ni la presencia del Ejército y la policía federal impiden que los camellos sigan vendiendo droga desde la mañana en las dos calles principales de Iguala, como muestra que por acá pasa buena parte de la que llega a la ciudad de México o sigue para el norte por la llamada Tierra Caliente. La zona recobra una normalidad lacerante, en medio de las protestas, cuando aún no está nada claro qué sucedió realmente con los 43 estudiantes de magisterio. EL PERIÓDICO ha hecho una reconstrucción de los hechos sobre el terreno, siguiendo el largo y mortal camino de esos 'normalistas'.

Aquella tarde, 26 de septiembre, los alumnos de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa decidieron «bajar a Chilpancingo», capital del estado de Guerrero, para 'botear', o pedir dinero, como hacían habitualmente, y conseguir varios autobuses con los que trasladarse días después a la ciudad de México y participar en la manifestación que cada 2 de octubre recuerda la matanza estudiantil de 1968. Alguien se fue de la lengua, o alguien se enteró, y las dos contiguas centrales de autobuses de Chilpo, como se conoce a la capital estatal, estaban especialmente vigiladas por la policía cuando llegaron casi una hora después. «Vámonos para Iguala, pues», decidieron los estudiantes.

Iban en dos autobuses y querían conseguir otros tres. Dos horas más de carretera, entre montañas de árboles resecos y cactus, les llevaron a Iguala, la tercera ciudad del estado y, como resalta en sus entradas, «cuna de la bandera de México». Una ciudad importante también en la ruta del tráfico de drogas, plasmada incluso para culminar una canción de Los Tigres del Norte. «Mire, en la laguna de esa montaña cayó La Paloma», aún se precian los vecinos recordando aquella avioneta cargada con tres toneladas y media de cocaína. En los últimos años era territorio de Los Rojos, hasta que hace dos se impuso el grupo Guerreros Unidos, justo cuando José Luis Abarca se convirtió en alcalde.

«Los policías municipales eran muy malos». Pocos quieren hablar, pero en el mercado saltan los recuerdos a la menor provocación: «Te detenían sin razón ni delito. No podías tomar, te subían si ibas bebido y te pegaban tremenda paliza». Y pasan de los policías a los narcos, mientras solo uno precisa: «Nunca se me vino a la mente que este era un narcogobierno». Cuentan: «Hubo aquí levantaderas (secuestros) bien canijas. Mataban a los rateros y secuestraban a ricos, sobre todo prestamistas. A Dionisio Carachuré se lo llevaron con silla de ruedas y todo. Mataron también a varios líderes sociales. Hacían levantaderas de día y en público. Los que no pagaban rescate no han vuelto».

"TODOS PAGABAN CUOTA"

Una gasolinera y varios comercios siguen cerrados tras el secuestro o la huida de sus dueños. «Todos pagaban cuota o derecho de piso, hasta los mineros». De ahí salía la remesa mensual que Ángeles Pineda y su marido el alcalde pasaban a Guerreros Unidos. Aquella noche iniciaban el baile que seguía a un acto oficial de la 'primera dama' y temieron que los 'normalistas' llegaran hasta la explanada contigua al ayuntamiento. Los policías de Iguala pidieron ayuda a los de la vecina Cocula para detener a los revoltosos. Los atacaron a tiros dos veces e incluso ametrallaron un autobús de futbolistas en otro punto, donde quedaron tres personas muertas y un taxista herido de un balazo en la pierna que no ha recibido ninguna ayuda.

En la estrecha calle Álvarez se dio el ataque brutal, definitivo, sobre los dos autobuses sustraídos en la estación central de Iguala. Ya no pudieron salir al Periférico. Ahí cayeron tres 'normalistas'; uno estaba solo herido y dos horas después lo hallaron desollado y sin ojos. «Pasé por aquí hacia la una de la madrugada y ya estaban los soldados, y ahí tirados, los difuntitos», recuerda un joven, Javier. Tras el tiroteo, los policías sometieron a 43 estudiantes, los metieron en patrullas y furgonetas y se los llevaron por Periférico y el desvío hacia Pueblo Viejo, una zona de exterminio y fosas clandestinas.

CONFESIÓN DE LOS SICARIOS

Dejaron ese camino, con raíles de cemento para evitar los charcos, y se metieron por el pedregoso que lleva a la loma de Los Coyotes. Según las explicaciones oficiales, allí los policías entregaron a los 'normalistas' a los sicarios de Guerreros Unidos, que los amontonaron en un camión grande y otro pequeño. «No vi ni oí nada, no sé nada», dice uno de los cuatro vecinos del lugar; los demás se ocultan. Solo un anciano habla, ya más arriba: «Pues para qué acarrearlos tan lejos. Mire ahí cuánto monte, cuántos muertitos. Pobres chavos, 20 años».

De ser ciertas las confesiones de los tres sicarios detenidos, los camiones volvieron a la carretera y siguieron hacia Cocula, 20 minutos más, cruzaron el pueblo y subieron por el difícil camino hasta el alejado vertedero municipal. Ese camino, que arranca entre campos de maíz y se hunde en la foresta, acabó aquella noche en el infierno.

Cuando llegaron a la orilla del basurero, «había ya como 15 muertos, que se ahogaron, se asfixiaron», afirmó uno de los detenidos. Al resto, «los de encima», los mataron de un tiro en la cabeza al bajarlos. Los arrastraban después, los agarraban «por las patas y las manos» y desde arriba los lanzaban al cráter del vertedero. Más tarde los amontonaron en una gran pira humana que ardió hasta el mediodía siguiente. Un día después, metieron restos y cenizas en bolsas grandes de basura y las tiraron al río que pasa junto al basurero.

«Tampoco es tan extraño, esos chavos van bien puestos, hacen barbaridad y media», comenta el lugareño que se aviene a acompañar al periodista. Pero en uno de los puntos que en los caminos que rodean Cocula se divisa a lo lejos el vacío del vertedero entre la arboleda, una mujer y varios niños avispados no vieron «ni humo ni nada». Solo los análisis de los restos recuperados en el vertedero y el río, que se realizan ya en la universidad de Innsbruck (Austria), podrán confirmar que ese fue el fin de esos chavales, aspirantes a maestros rurales. Y ni siquiera eso ni las docenas de detenidos ni, por una vez, los desvelos oficiales podrán cerrar los múltiples interrogantes que pesan sobre el largo, mortal viaje de los 43 'normalistas' desaparecidos.