Amal Alamuddin: la perfecta primera dama

La abogada de origen libanés acaba de ser madre de gemelos, Alex y Ella, fruto de su relación con el hasta hace tres años el soltero más cotizado de Hollywood, George Clooney. Los recién llegados completan la imagen que la pareja quiere proyectar, la de una familia ideal que bien podría representar a EEUU en todo el mundo.

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RAMÓN DE ESPAÑA

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Amal Alamuddin (Beirut, 1978) es una mujer de una belleza muy elegante con la que quedas muy bien en cualquier parte, incluso en la Casa Blanca, residencia en la que, según algunos, su marido, George Clooney, aspira a instalarse en un futuro no demasiado lejano. La hermosa Amal, además, no es ningún florero, sino una abogada prestigiosa que estudió en Oxford y Nueva York -la familia se trasladó a Londres siendo ella una niña-, que trabajó para la ONU en el Tribunal para Líbano y el Tribunal Penal para la ex Yugoslavia y que entre su selecta cartera de clientes ha figurado el mismísimo Julian Assange.

Comparada con Melania Trump, una 'stripper' de la Eslovenia de provincias que no sabe hacer la 'o' con un canuto, Amal es la bomba. Y ahora que le acaba de dar a su marido dos gemelitos, que atienden por Alex Ella, se le está poniendo más cara de primera dama que nunca; mientras George, por su parte, se convierte en un 'family man', condición indispensable para llegar a presidente de Estados Unidos, cargo que nunca ha ocupado un soltero o un homosexual (la única primera dama lesbiana que se conoce es Eleanor Roosevelt).

La supuesta homosexualidad de George Clooney es uno de esos temas que lleva rondando por Hollywood desde hace años, como sucede también en el caso de Tom Cruise (lo de Hugh Jackman es un secreto a voces). Y siendo Hollywood como es, un asunto que no debería importar a nadie se ha convertido en uno de los cotilleos más intensos de la comunidad cinematográfica.

EL MISTERIO DEL PELUQUERO

Algunos encuentran sospechosas todas esas novias que se echaba el hombre y que desaparecían al cabo de unos años para ser reemplazadas por otras similares. Hay quien va más allá y convierte a Waldo Pérez, su peluquero de toda la vida y responsable de ese tupé admirable que tanto nos complace a todos, en la pareja habitual del actor. Y hay más teorías, desde la de la actriz Patricia Clarkson, quien me contó en cierta ocasión que George había tenido una relación muy tormentosa con su madre que le había planteado serios problemas a la hora de tratar con las mujeres, a la de un amigo sarcástico que disfruta mucho recordando la época en que Clooney compartía casa con un cerdito encantador.

Con tantas disquisiciones, a veces parece que su talento sea lo de menos, cuando estamos ante un tipo en la estela del gran Cary Grant -quien, por cierto, era bisexual-, que cumple muy bien su cometido en dramas y comedias. Sobre las aspiraciones políticas, él nunca las ha ocultado ni desmentido. Y cada vez que dirige una película, ésta suele tener un contenido social y un mensaje progresista: Clooney siempre vota a los demócratas.

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En cuanto a su matrimonio con la dulce Amal -que es de buena familia: su padre, Ramzi, tenía una agencia de viajes y su madre, Banaa, una firma de relaciones públicas; cuenta con una hermana, Tala, y dos hermanastros, Samer y Ziad, fruto del primer matrimonio de papá-, la humanidad parece dividirse entre quienes lo consideran un sueño hecho realidad y quienes lo ven como una farsa que conviene a ambos miembros de la pareja, en especial a George, quien, con dos críos a cuestas, puede intentar acabar definitivamente con los rumores a su respecto e iniciar una carrera política inspirada estéticamente en la de John Fitzgerald Kennedy, carrera en la que Amal sería la nueva Jacqueline Bouvier.

¿Y qué sacaría ella de todo este paripé? ¿Una familia, buenos contactos, un poco más de glamur?

EL BODORRIO VENECIANO

A diferencia de Melania Trump, Amal puede ganarse muy bien la vida por su cuenta, sin depender de un hombre, por lo que debe tomarse en consideración la posibilidad de que quiera a George. Y que George la quiera a ella. Esa es, en cualquier caso, la imagen que ambos quieren proyectar -echaron el resto con el bodorrio veneciano del 2014, aunque no pudieron evitar que todo pareciera en ocasiones una brillante puesta en escena-, la de una pareja perfecta, ahora con dos niños preciosos, que podría representar a Estados Unidos en todo el mundo sin que el americano medio sintiese la vergüenza que actualmente experimenta ante los viajes de Donald, ese matón grosero y metepatas.

Y si la cosa no es exactamente lo que parece, tampoco hay motivos de preocupación: diríase que Melania no toca a Trump ni con un palo y, personalmente, estoy convencido de que el tío Waldo cuidará estupendamente de Alex y Ella mientras papá y mamá acuden a cualquier paripé presidencial y ellos se convierten, día a día, en los niños mejor peinados del mundo.