La clave

La política hecha un cromo

ENRIC HERNÀNDEZ

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Por fin, un atisbo de acuerdo entre Mariano Rajoy y Artur Mas. Garantiza el primero a los barones del PP que, al objeto de frenar la ofensiva soberanista catalana, el Gobierno no entrará en un «cambio de cromos» con la Generalitat a cuenta de la financiación autonómica. Y responde el segundo que vale, que de acuerdo, que el juego de los cromos duró lo que duró, pero que ahora los catalanes son mayorcitos y ya no tragan con estampitas.

Los dos presidentes coinciden, pues, en lo básico: las soluciones del pasado -una inversión por aquí, un traspaso parcial de impuestos por allá- ya no sirven para canalizar el conflicto catalán. Pero discrepan, también, en lo fundamental: Mas sostiene que la única alternativa es votar, pese a que aún no se sabe cuándo, ni para responder a qué pregunta, ni al amparo de qué legalidad, ni con qué efectos políticos o jurídicos, si los tuviere. Y Rajoy le replica que hasta ahí podíamos llegar, mientras el doctor Montoro anestesia la reforma del agónico modelo de financiación y ajusta el cicatero gota a gota con que el Estado suministra liquidez en vena a las autonomías.

Las posiciones maximalistas adoptadas por unos y otros -¿qué fue de aquella tercera vía con que algunos se llenaron la boca?- comportan la negación de la esencia misma de la democracia, que no es otra que la búsqueda de acuerdos en defensa del interés general. Si dos representantes públicos no pueden cambiar ningún cromo, absolutamente ninguno, señal de que es la política la que está hecha un cromo.

Objetará el independentismo que con los sentimientos de un pueblo no se transacciona. Repondrá el unionismo -¿aún no han hallado sus líderes un sustantivo que les haga mayor justicia?- que con la soberanía nacional, única e indivisible, no se juega. Ergo, no hay acercamiento ni síntesis posibles.

La Catalunya transversal

Pero, con su cerrazón, unos y otros están dejando huérfanos a los millones de catalanes que no acudieron al 12-O, pues no comulgan con el statu quo, ni a la Via Catalana, porque recelan de la independencia. Sin lemas, bandera ni un proyecto articulado, la Catalunya transversal no tiene quien la escuche.