Juntos (¿?) en Europa

Albert Sáez

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El debate sobre el futuro político de Catalunya está repleto de conceptos ambivalentes. Los más comentados son la soberanía y el derecho a decidir. A uno y otro lado de las trincheras se emplean con significados distintos cuando no directamente contrarios. Incluso en ocasiones a los parlanchines más prolíferos se les va la mano, como le pasó esta semana al inefable Enric Millo del PP quien pocos renglones después de tachar unas elecciones plebiscitarias de antidemocráticas dijo que el “derecho a decidir se ejerce cada cuatro años”, toda una invitación a convocarlas.

Unidad y división son otros de los hits en el debate soberanista. Los partidarios de la consulta piden al resto de la sociedad que se integren en “la unidad” catalanista mientras que los partidarios de dejar las cosas como están insisten en que un referendo “divide” como si quienes hasta ahora han convivido pensando diferente fueran a dejar de hacerlo si las cosas no van como les gustaría. Dejamos para otro día la banalización que sufre estas semana la palabra “diálogo” porque si un marciano leyera nuestros periódicos pensaría que no es un concepto sino 25.

En este contexto, el PP y Ciutadans insisten uno y otro día en que los catalanes estarán mejor “juntos” en España. Es una posición legítima. Y muy atractiva para quienes consideran que ya estamos bien como estamos. Pero el siempre habilidoso Ernest Maragall ha decidido que la palabra “juntos” no puede quedar patrimonializada por los conservadores. Y se le ha ocurrido lanzar la idea “juntos en Europa” para promover una candidatura conjunta de los catalanistas en las elecciones europeas de la próxima primavera. Es un movimiento inteligente en el complicado tablero político catalán. Los que tienen tanta prisa que se dedican a estirar el pelotón de la consulta para que queden descolgados los que defenderán el no deberían escuchar esta propuesta. Y tener en mente mientras reflexionan el pronóstico amenazante de Aznar al inicio de este baile: “antes se dividirá Catalunya que España”. La unidad, pues, no es un recurso retórico sino un antídoto para asegurar el carácter democrático de lo que se pretende hacer.

Los ciudadanos han hecho más caso a la propuesta de Ernest Maragall que los partidos. Lógicamente porque quienes hablan en su nombre piensan en las sillas y en los sueldos antes que en la manera de sacar a los catalanes del atolladero en el que les ha metido la sentencia del Tribunal Constitucional, la impotencia de sus gobernantes y la deslealtad casi permanente de los dirigentes españoles. Pero lo que propone Maragall, y se puede leer en su manifiesto, está cargado de sentido común. Sus antiguos compañeros de partido deberían escucharle con la misma atención que ahora lo hacen los dirigentes de CDC que ven en la propuesta la oportunidad de esquivar una segunda bofetada electoral en un año y medio y, de paso, diluir un poco más a Unió.