Gente corriente

«Vamos de tiendas como antes íbamos a la iglesia»

Una Penélope del siglo XXI. Como el personaje de 'La Odisea', Fátima Mortada teje obras que denuncian injusticias sociales y de género

fatima mortada

fatima mortada / periodico

GEMMA TRAMULLAS

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La artista libanesa Fátima Mortada ha dejado su estudio en Beirut para instalarse por un mes en Barcelona con una tricotosa. En sus manos, esta máquina de tejer que tantas economías familiares salvó en la España de los años 60 y 70 desborda el ámbito doméstico para convertirse en una herramienta de acción artística y política. Junto a Mortada, creadoras de Marruecos, Palestina y Túnez participan en el proyecto Xabaca, una red de artistas contra la censura y los abusos a las mujeres que impulsan las entidades Novact, Al Fanar y Jiwar Creació y Societat.

-Su deseo siempre fue ser artista. Yo dibujaba desde niña, pero me crie en una comunidad musulmana muy ortodoxa, donde dibujar una persona es 'haram' [prohibido]. Mi madre solía ponerse vestidos de colores pero un día, cuando yo tenía 3 años, volvió a casa cubierta con una tela oscura.

-¡Todavía se acuerda! Me quedó grabado. Mi madre me dijo que aquella vestimenta era lo religiosamente correcto. Yo no podía creerlo. ¿Por qué Dios querría que mi madre se viera tan fea?

-Tan pequeña y ya se hacía preguntas. Pese a la presión social, mi padre era una persona muy libre que me enseñó a no dar nada por sentado, a pensar por mí misma y a hacer preguntas. Mi primer acto de resistencia fue salir de aquella burbuja. Me quité el 'hiyab' [velo] y estudié primero Filosofía y después, Bellas Artes.

-Le costó un disgusto con su familia. Soy consciente de que mis decisiones pusieron a mis padres en situaciones difíciles. Poco antes de morir, mi padre me confesó que le habían dicho que tenía que matarme por haberme quitado el 'hiyab'. Al principio él también se opuso a que hiciera Bellas Artes, pero luego estaba orgulloso.

-¿Ha sufrido la censura en Líbano? En el 2014 hice una exposición en una sala de arte contemporáneo muy elitista de Beirut. Hubo una discusión sobre si debían retirarse algunas obras, como una pintura en la que aparece una figura masculina con un pene erecto enorme, pero se impuso el criterio de la comisaria: «Esto es Beirut y aquí el arte no se censura».

-Aquí también pasa. El director del Museu d'Art Contemporani de Barcelona (Macba) quiso censurar una obra que aludía al rey Juan Carlos y tuvo que dimitir. ¿De verdad? Cuando vives en países como el mío imaginas Occidente como un paraíso de gente de mente abierta donde reina la democracia y los derechos de la mujer.

-Pues ya ve... En el 2009 fui a estudiar un máster a Inglaterra y muchos hombres daban por supuesto que podían tener relaciones sexuales conmigo porque en mis obras salen tetas y vaginas. Hubiera esperado esta reacción de un árabe, ¿pero de un inglés?

-Ninguna cultura tiene la exclusividad del machismo. En el fondo hay un solo sistema, el capitalismo patriarcal que ha sustituido al poder de la Iglesia. Vamos de tiendas igual que antes íbamos a la iglesia y pasamos más tiempo comprando que en los museos. Y todo eso envuelto en falsos discursos sobre la libertad de expresión y la cultura del éxito, que aún lo hace más peligroso. Somos seres políticos, pero nos tienen tan ocupados que no nos dejan pensar.

-Dibuja y teje figuras femeninas que transmiten dolor. Es lo que siento. Cuando estudiaba Bellas Artes hice unos autorretratos y mi profesora me preguntó: «¿Por qué te dibujas tan fea si eres bonita?». Lo hice así porque me siento deforme, herida por dentro; siento dolor y quiero mostrarlo. No hago arte para entretener ni para colgar en la pared, sino para reflejar problemas dolorosos. Soy una artista política y creo firmemente que el arte puede transformar la sociedad.