El fenómeno de la emigración

Dos veces exiliados

La restricción de la tarjeta sanitaria colma el vaso de la indignación de muchos emigrantes

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Joan Cañete Bayle
Joan Cañete Bayle

Subdirector de EL PERIÓDICO.

Especialista en Internacional, Transformación Digital, Política, Sociedad, Información Local, Análisis de Audiencias

Escribe desde España, Estados Unidos, Israel, Palestina, Oriente Medio

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«No es lo mismo irse que hacerse», decía, cosas de la publicidad, la buena de Chus Lampreave en un anuncio las pasadas Navidades. Puede que sea cierto, pero a los emigrantes españoles repartidos por el mundo, tanto a los que ya llevan tiempo fuera como a los que han tenido que hacer las maletas por la crisis, les están poniendo difícil esto de no hacerse del país donde tienen trabajo, prosperan y viven sus profesiones y sus proyectos vitales con una calidad de vida poco frecuente en España.

La última causa de desapego, de cabreo, por decirlo pronto y mal, es la decisión del Gobierno -confusa, publicada en el 'BOE' de forma casi clandestina en plenas fiestas- de aplicar una restricción del derecho a la sanidad pública que afecta a determinados grupos de emigrantes: alumnos de estudios no homologables, parados que aún no han trabajado en su nuevo país de residencia legal y trabajadores en países de fuera de la UE. Más allá de si cada uno en su casuística se ve afectado o no, el mensaje que han recibido los emigrantes es simple: la sanidad en España es universal para todos los españoles, por lo que si un colectivo de españoles queda fuera, significa que ya no son considerados como tales. Ya saben, no es lo mismo irse que hacerse. «Nuestros dirigentes -dice Celia Caravante (23 años. 'Au pair' en Londres)- carecen de sensibilidad hacia el colectivo que ha decidido emigrar. ¿Qué somos para ellos? ¿Una cifra? ¿Estadísticas? Ni siquiera eso».

DECEPCIÓN E INDIGNACIÓN / Celia -«soy soñadora, y como tal, soñaba con una oportunidad laboral cerca de mi entorno. No llegué a tener ni una sola entrevista de trabajo»- se declara «decepcionada» con su país. La misma palabra eligen, por ejemplo, Sara Pijuan (26 años. Doctoranda en Biotecnología en la Universidad de Uppsala, Suecia. «Mis planes eran trabajar en una farmacéutica en Barcelona y en el futuro vivir en Tàrrega y formar una familia») y Raúl Delgado (32 años. Investigador de posgrado en el campo del alzhéimer en Múnich. «Tengo una hija en camino, sacrifico cosas a nivel personal, pero a nivel profesional en España no se puede competir con cómo me tratan en Alemania»). Los tres tienen en común que son jóvenes, bien formados y sin ningún futuro laboral (y, por tanto, vital) en España, al menos a corto plazo.

Xavier Faura (46 años. Veterinario, 15 años en Filadelfia) y Adriana Ortiz (asistenta de español en un instituto de Mâcon, Francia) hablan de disgusto, de indignación. Y directamente «avergonzados» se declaran Helena Bosch (27 años. Gerente de marcas en Ámsterdam) y Mariano Andrés, chef en Dubái desde hace 13 años, donde dirige un restaurante siguiendo la estela de su hermano José Andrés, otro español que triunfa fuera. «No nos hagan sentir inmigrantes ilegales en nuestra casa», implora Carlos Badia (40 años, gerente técnico en textil en  San Juan del Río, Querétaro, México, padre de una niña de 7 años y un bebé de meses).

PROYECTO DESCARRILADO / Irse no es una decisión fácil, y en la gran mayoría de los casos conlleva una carga de decepción, de proyecto que no funcionó en casa, junto a los amigos, al lado de la familia. Celia describe la añoranza: «Fuera echas de menos objetos, no sé, mis sábanas, mi sofá, mis libros... Cosas que aquí en Londres también puedes tener, pero son impersonales. Mi hogar no es mi casa, sino donde se encuentran las personas a las que quiero».

Un proyecto descarrilado conlleva frustración. Pero en la nueva remesa de emigrantes, sobre todo los más jóvenes, esta frustración está muy agudizada. Es la incomprensión (y la indignación que la acompaña) de sentir que la sociedad que les ha formado ahora les echa. Son expatriados a la fuerza por una crisis que ellos no han generado. «No es que España me haya traicionado, sino que se traiciona a sí misma. Una persona como yo, hija del sistema público, que se vaya así de fácil y no pueda ni siquiera volver... Es desperdiciar recursos», apunta Anna Zamora-Kapoor (30 años. Investigadora posdoctoral en la Universidad de Washington de Seattle). «En España es difícil crecer o tener un buen salario. Nunca avanza nada, es un país de pocas oportunidades», opina Silvia Bach (38 años. Directiva de moda en Moscú). «Lo que hacían nuestros padres -añade- ahora es imposible. Si quieres un piso, una buena vida laboral... debes marcharte».

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La ruptura de este pacto generacional causa el primer exilio, el geográfico. El segundo es el sentimental, el desapego al ver desde la distancia, durante las vacaciones, en las conversaciones por Skype, que nada cambia en casa, que una ministra habla de «movilidad exterior» y un día de Navidad el 'BOE' amenaza la tarjeta sanitaria a la que teóricamente todo español tiene derecho. Primero te vas, que diría Chus, y después, poco a poco, te vas haciendo. O te van haciendo. «En España nos falta visión a largo plazo en lo social y lo político. Cuando regrese el dinero, volveremos a estar contentos pero no habrá cambiado nada, y dentro de unos años estaremos igual», pronostica desde Múnich Raúl Delgado.

Es un problema social y económico agravado -y en eso los que se han ido suelen coincidir con los que se han quedado- por los dirigentes. Por los políticos. «La sociedad es consciente del problema. A los políticos les interesa perpetuar esta situación», apunta Xavier Faura, «El Gobierno no quiere saber nada de los que hemos tenido que partir», acusa Adriana Ortiz. Antropóloga y arabista, con dos másteres, huyendo de empleos precarios o sin contrato, Adriana ha viajado en un año de Extremadura a Barcelona, de allí a Holanda, y ahora está en Mâcon becada por el Ministerio de Educación. Próximo destino: Oriente Próximo. ¿Qué opina de lo de la tarjeta sanitaria? «Mi país no me ampara». Una que se fue y que va camino de hacerse allí donde prospere.