Currar bajo el sol

Un ejército de trabajadores da servicio a los veraneantes en una temporada corta pero muy exigente

Para unos es la ocasión de labrarse un futuro profesional; para otros, la principal o única fuente de ingresos

daniel argumosa Colocando hamacas en la playa del Somorrostro.

daniel argumosa Colocando hamacas en la playa del Somorrostro. / JOAN CORTADELLAS / ANNA MAS / FERRAN SENDRA / JOAN PUIG / JULIO CARBÓ

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CARLOTA CANO
BARCELONA

Sí, agosto suele ser sinónimo de sol, playa y vacaciones, esperadas durante todo el año. Pero no para todo el mundo, ni mucho menos. Al servicio de quienes descansan, un ejército de trabajadores están en temporada alta, altísima. De modo  que agosto es también sinónimo de «calor, agobio y mucho turista», en palabras de Alfonso Escobar, camarero en la playa de la Barceloneta. Como él, hamaqueros, socorristas, dependientes y un largo etcétera de profesionales curran bajo el sol en una temporada corta pero muy intensa.

Alfonso es chileno, tiene 39 años, lleva 12 en España y hace solo dos que dejó un empleo como administrativo y se dedica a la hostelería. Para él trabajar en la playa es un placer: «Se pasan muchas horas de pie, pero me encanta hablar con la gente, saber de dónde viene y conocer su cultura». Sentado en una mesa del chiringuito, sonríe recordando el buen trato entre compañeros, los buenos momentos y el «público simpático».  Con lo que gana en temporada va tirando todo el año y quisiera ponerse a estudiar algún día, pero hoy por hoy su deseo para el futuro es «llegar a ser encargado de un chiringuito».

No siempre hay tanta vocación.  «Trabajar en verano, con este calor,  es muy duro», afirma sudoroso Daniel Argumosa, de 39 años y sombrillista en la playa de Somorrostro desde hace siete, mientras cava grandes hoyos bajo un sol abrasador. «Si te encuentras una piedra, vuelta a empezar», explica. La visible marca de la camiseta le ha dejado un bronceado peculiar. «A topitos», bromea. Para Daniel, trabajar bajo el sol es una cuestión estrictamente económica: «Me aporta dinero, nada más». Se había dedicado toda la vida a la hostelería, y al principio su empleo veraniego le daba ingresos extras.

Pero desde que el restaurante en el que trabajaba cerró, hace cuatro años, va saliendo adelante con lo que gana con las sombrillas y algunos trabajos esporádicos en invierno. Aunque afirma que está contento con su empleo y que la gente le trata muy bien, no deja de tener otros planes: «Me gustaría montar un restaurante y quisiera tener un trabajo fijo durante el año». De momento, solo es un deseo.

Reconversión en toda regla

Muchos de estos negocios son totalmente estacionales, es decir, funcionan solo en verano, en una temporada que empieza formalmente en Semana Santa y acaba a finales de octubre, aunque es entre junio y agosto cuando se suele trabajar a destajo: «Esos meses realmente trabajas», explica Daniel. Otros funcionan durante todo el año, si bien tienen en estos meses la mayor fuente de ingresos. Es el caso de la tienda de suvenires del Port Olímpic en la que trabaja Mireia Castro, de 41 años. Lo suyo fue una reconversión en toda regla. A pesar de haber estudiado artes gráficas y haberse dedicado a ello durante bastante tiempo, cuando le salió la oportunidad de pasarse a su actual empleo, hace ya 12 años, no dudó: «Mi anterior trabajo requería estar muchas horas metida dentro de una oficina y delante de un ordenador, y a mí lo que me gusta es tratar con la gente».

Eso ha tenido su precio: adiós a los horarios fijos -«sé cuándo entro pero no cuándo salgo»- y a las vacaciones cuando las hace todo el mundo: «Es una pena no poder coincidir con la familia y con los amigos, aunque por otra parte irse fuera de temporada es mucho más barato». Mireia sabe muy bien que no es oro todo lo que reluce, pero, como Alfonso, no cambiaría para nada su trabajo pese a la dureza de las interminables jornadas de los meses veraniegos: «Cuando empiezas a trabajar en un puesto como este ya sabes lo que hay y te acostumbras». Y lo bueno de trabajar en verano es, por supuesto, «la gente que viene a comprar, porque está de vacaciones y relajada. Es un público agradecido», comenta. ¿La crisis? «Sí, se nota, porque el tipo de turista que viene ahora lo hace con un presupuesto mucho más bajo».

El verano pasa, y a los que trabajan solo en temporada les toca luego buscarse la vida. Los estudiantes vuelven a lo suyo, y para los demás es la hora de explorar otras oportunidades. «En invierno también trabajo en cosas relacionadas con la educación», explica Elisenda Votí, de 30 años, bióloga y monitora veraniega del Centre de Platja de Barcelona. Su empleo de temporada en este espacio de educación ambiental y de información sobre el litoral barcelonés le permite seguir estudiando y trabajando en varios proyectos educativos en torno al medioambiente el resto del año. Además, disfruta de una vista privilegiada de la playa del Somorrostro, aunque le pesa no poder bañarse. El centro tiene incluso un espacio de biblioteca en la misma playa, y ofrece actividades gratuitas relacionadas con temas medioambientales. «Es un trabajo divertido y diferente», explica.

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También hay quien aprovecha el verano para empezar a encaminar su futuro profesional. Es el caso de Marta Bassas, de 20 años, que lleva tres haciendo de socorrista en una playa de Arenys de Mar y el próximo curso va a empezar a estudiar Enfermería. «Me quiero dedicar a la sanidad, y el socorrismo me aporta mucha experiencia», explica con una sonrisa. Su futura profesión le apasiona, y su empleo veraniego sí es una decisión voluntaria, para la que hace falta preparación y vocación. «Tienes que hacer dos cursos de tres meses cada uno, y luego está el de socorrismo acuático, que dura otros tres meses», cuenta. Le mueven la voluntad de ayudar a los demás, la ilusión, el sentimiento y las ganas de trabajar en lo que le gusta. También en invierno, cuando  trabaja con las ambulancias en la Cruz Roja. «Trabajar todo el año  hace que eches de menos tener vacaciones, pero trabajar aquí es un lujo», dice.

El verano es una industria clave para la maltrecha economía catalana, en la que el turismo aporta en torno al 12% del PIB y del empleo (casi 350.000 personas en el 2013). Con contratos indefinidos o de hoja caduca, por vocación o por necesidad, labrándose un futuro o peleando por el presente, ahí está la legión de currantes bajo el sol, pendientes de aquellos venidos a ponerse morenos y pasarlo bien.