Aires

JOSEP-MARIA URETA

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Supongamos que existe entre nosotros un sujeto normal pero que un día, ante la mirada sorprendida de la mayoría, consigue un anhelo colectivo. De un personaje así, las barras bravas (hinchas) de la selección de fútbol argentina dirían: «Sabe cuál es el final de Juego de tronos», «Ha convencido a Mahoma de que le acerque la montaña», «No tiene publicidad en su cuenta de Youtube», «No acepta una oferta de Vito Corleone», «Saca propina de los fondos buitres», «Convenció al alemán Benedicto XVI de que dejara  paso a un argentino», y lo que es más meritorio: «Sabe cómo doblar una sábana con las esquinas elásticas».

En versión catalana, el héroe capaz de tantas hazañas, en la variante menor de saber vender edificios de la Generalitat como sea para llegar a fin de mes, ayer tenía el nombre de Salvador Estapé, artífice de que las aspiraciones del Govern no queden en el desierto de quedar fuera de la final. No conseguirá, claro, el reconocimiento que en Argentina tiene el futbolista Javier Mascherano tras su partido del miércoles contra Holanda. Los elogios arriba transcritos, y muchos más, se los atribuyen en Buenos Aires. Aquí, el Govern consigue, por fin, cambio de aires en la  venta de edificios. Sorprende a todos. Menos a Mascherano, claro.