LA OPINIÓN DE LOS VISITANTES

¿Culpables o corresponsables?

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA

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Junto a un bar de zumos y otro de tapas, un badulaque, un local de alquiler de bicis, una inmobiliaria y un establecimiento en el que se lee "eat well, live well", ahí, en una de esas calles de la Barceloneta en las que el sol apenas se mete, se encuentran las pintadas de marras. Reprenden al turista, al que instan a "respetar o a morir", al que le recuerdan que su presencia "mata el barrio". Pero el forastero apenas se siente vilipendiado. Quizás porque se siente mayoría. O porque no se considera culpable, sino más bien usufructuario de la masificación que la otrora aldea de pescadores padece desde hace algunos años.

Jean-Jacques y su mujer, parisinos, tienen a su hijo estudiando en la ciudad y han venido a visitarle. Reside en Sarrià, aislado del agobio veneciano. Se detienen frente a una pancarta, en la calle del Maquinista con Sant Miquel, en la que se invita a reflexionar sobre la gentrificación, esto es, la presión turística que acaba disparando los precios, y por ende, echando a los nativos con menos posibles para que lleguen moradores más pudientes. "Puedo entenderles, porque si hay mucho turismo los alquileres se disparan, pero también deben ser conscientes de que esta es una actividad económica necesaria. Es un equilibrio complicado...". ¿Pero y si la ciudad pasa de moda? "Sí, es verdad, es peligroso fiarlo todo al turismo, pero ahora es lo que hay". Sobre las pintadas, le sorprende que alguien pida respeto "cuando amenaza con la muerte".

LAS PIEDRAS, A OTRO TEJADO

A eso de las cinco de la tarde, casi son más los que andan sin camiseta que los que cubren su torso. Incumplen la ordenanza de civismo aprobada en el ocaso de los tiempos de Jordi Hereu. Un mal muy menor. Junto a la biblioteca de la Fraternitat, dos portales abiertos y sendos hombres tocando la guitarra. Una duendea; el otro puntea. En la diminuta acera, frente a una de las pintadas sobre el asfalto, dos alemanes que buscan wasabi sin demasiada fortuna comparten su frialdad. Dicen que ellos duermen en un piso turístico legal, que cenan en restaurantes legales. Que no quebrantan la ley. Y que si los vecinos quieren "lanzar mierda" sobre alguien, que sea "sobre los que permitieron que el barrio cambiara tanto". "No les quito la razón, pero nosotros, los turistas, vamos a los sitios turísticos. Y este lo es".

Stefan es argentino y viene a surfear. Se marcha el domingo muy a su pesar y sonríe cuando lee el grafito blanco. Se aloja en el Eixample pero pasa el día en la Barceloneta, primero buscando olas, y después cenando y de fiesta mientras guarda la tabla en un local cercano. No había caído en la cuenta de que la presencia de turistas pudiera molestar. Puede que sea por su extrema juventud, 23 años, o por su buenismo. "Es la segunda vez que vengo a la ciudad y nunca me he discutido con nadie. Sí, hay gamberros, como en todas partes, pero fíjate, todo está pensado para los turistas". Basta con levantar la cabeza y pasear. Quedan bares de toda la vida. Algún comercio. No digamos gente de toda la vida, faltaría más. Pero el contorno, los bajos, están pensados para el disfrute ajeno. Turistas: ¿culpables o corresponsables?