marcha

Andando a Montluïc con marcha

El atleta de El Prat se impuso a la historia y subió a lo más alto del podio

DAVID TORRAS / Barcelona

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Andó más rápido que nunca y el atletismo español conoció por primera vez el resplandor del oro. Daniel Plaza empezó a acuñar esa medalla al lado de su casa, muy cerca de El Prat y subió a Montjuïc a todo tren, como un campeón. Nunca olvidará su entrada en el Estadio, con 63.000 personas aclamando esa proeza. “Se me puso la piel de gallina”.

Se han acabado los malos tiempos para Plaza. Ahora, sonríe al recordad la época en que por su cabeza pasaron tristes pensamientos. Estaba cansado de que dijeran de él que no sabía andar, que siempre corrí. Aquella crisis estuvo a punto de tumbarle y parar su marcha, sobre todo, tras la descalificación que sufrió hace un año en el Mundial de Tokio. Cruzó la meta tercero, desató su alegría y, minutos después, le dieron la peor noticia de su vida. El bronce no era suyo.

Toda esta película pasó por su memoria mientras recorría un trayecto que le era enormemente familiar. Marchó por la Zona Franca de arriba abajo, entre miles de aficionados. Muchos le conocían, le habían visto andar muchas mañanas por esas calles, acompañado de su inseparable entrenador, Jordi Llopart.

En esos duros entrenamientos se fraguó una apuesta. “Si quieres hacer historia tienes que ganar el oro”, le decía Llopart, recordándole çon orgullo la medalla de plata que él gano en Moscú-80 en la prueba de 50 kilómetros. Lo machacó tantas veces que, al final, empezó a maquinar su venganza, convencido del éxito. La apuesta la ganó el último día de julio ,en algo más de una hora y veinte minutos.

Llopart lo intuyí cuando vio la escapada que pegó en el último tramo, en el Paseo de la Zona Franca, poco antes de afrontar la escalada a Montjuïc. Era una ascensión mortal, bajo la sensación de que las piernas iban a detenerse en cualquier momento, ajenas a los impulsos del marchador. “Estaba muy tocado y ni siquiera oía lo que me gritaba Llopart”. Iba destacado, perseguido por su compañero Valentí Massana. Ora y plata españolas. Todo el mundo pensó lo mismo, menos un juez. Él creyó que Massana, el discípulo de Jordi Marín, corría en lugar de andar y le eliminó cuando ya divisaba la puerta de entrada del Estadio.

Nada detuvo, en cambio, la marcha de Plaza. Cuando cruzó la meta, buscó con la mirada a su amigo Valentí, dispuesto a fundirse en un abrazo. Pero no le vio y entonces comprendió. Pensó por unos instantes en las lágrimas de Tokio y sintió como aquel recuerdo iba desapareciendo. Aquella imagen quedó cubierta de oro.