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'Xuntanza' en el barrio de Llefià

La asociación cultural gallega Agarimos, de Badalona, celebrala 74ª feria del pulpo

El maestro 'pulpeiro' Sergio Osorio, con los gaiteros de la asociación Agarimos en la última edición de la feria del pulpo, el domingo 20 de septiembre.

El maestro 'pulpeiro' Sergio Osorio, con los gaiteros de la asociación Agarimos en la última edición de la feria del pulpo, el domingo 20 de septiembre.

OLGA MERINO

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De entrada, visto de cuerpo entero, el pulpo es un bicho bastante feo. Cabezón y con ocho tentáculos cubiertos de ventosas, no profetiza el manjar en que se transforma una vez hervido —hay que «asustarlo» tres veces en la cazuela, dicen—y alegrado con el aliño de la sal gorda, el pimentón, dulce o picante, y el aceite de oliva. En la Agrupación Cultural Gallega Agarimos (calle de París, 45, de Badalona) lo bordan, y cada tercer domingo de mes organizan una feria para degustarlo; o sea que mañana toca pulpada en el barrio de Llefià. Conviene tomar buena nota porque en otros sitios te cuelan caucho por cefalópodo.

Cuando está bien hecho, acostado sobre su cama de cachelos, el pulpo apetece siempre. Álvaro Cunqueiro, novelista de Mondoñedo y gastrónomo de altura, decía que el pulpo parece que quiera ser comido en la feria y en cualquier estación del año,  «si llueve, apretándose en los bancos de madera los comensales, unos contra otros, con un buen pedazo de pan a mano para rebañar en el plato. Y vino tinto, claro, que es lo que le va al pulpo». Hombre, no es por contradecirle, pero tampoco se le harían ascos a un Albariño fresquito.

La costumbre de comer pulpo nació, en efecto, en las ferias de ganado —de ahí lo de polbo á feira—, según explica Juan Prieto, el presidente de la asociación Agarimos, fundada hace una década. En otro tiempo, las pulpeiras andaban de mercado en mercado con sus calderos de cobre, donde cocían el molusco para que los aldeanos se relajasen con un bocado y un trago luego de haber cerrado la compraventa de la vaca.

Las fábricas de entonces

En Catalunya residen unos85.000 gallegos, de los que unos 3.000 lo hacen en Badalona, según calcula Prieto, orensano de Verín. Inmigrantes que llegaron en los 60 a buscarse la vida en la hostelería, la construcción y en las fábricas aledañas: la Cros, la de Lejía Conejo, el Anís del Mono, el matadero… Ahora ya casi todo es lujo chino en estos predios.

«La feira do polbo de cada tercer domingo está abierta a todos, gallegos o no», subraya el presi, con lo que parece que el nombre de la agrupación está bien puesto: me soplan que agarimo significa en gallego arrimo, amparo, refugio… Como el agarimo que da la pared contra el viento.

Volviendo al asunto de la manduca, quien sabe darle el punto al bicho invertebrado feria tras feria

—llevan ya 74 ediciones— es el pulpeiro Sergio Osorio, lucense de Becerreá. Porque el pulpo debe quedar tierno pero consistente, con mordida; es decir, ni blandengue ni suela zapatera. ¿El secreto? «Un refrán gallego dice que en el pulpo todo está en la mazada —explica Osorio—. Antes, se golpeaba el pulpo contra la roca donde rompía la ola, para que lo mazara. Desde que inventaron los congeladores, ya no hace falta». El hielo le quiebra la textura fibrosa.

No solo del pulpo vive el hombre. En las ferias de Agarimos también se ofrece empanada gallega y un festival porcino para los fríos que vendrán: lacón, morro, oreja, cachola (la cabeza del cerdo ahumada), androlla (una especie de chorizo atómico) y botelo (el estómago de marrano relleno de sus carnes adobadas). También, un excelente chuletón de ternera gallega, que se encarga de cortar y preparar Suso Rodríguez Acevedo, responsable del restaurante de Agarimos y vocal de la junta.

Llega la hora de la tarta de Santiago, y en la mesa corrida, al aire libre,  aparece una botella de orujo casero con una escalerita de madera en su interior. Los comensales explican las teorías al respecto, entre las que prevalece la del gallego en mitad de la escalera. ¿Qué hace, sube o baja? Pues, depende. ¿Viene de su morriña o regresa a su terruño? «La gente dice eso, que nunca se sabe si el gallego viene o va, pero el gallego bien que sabe hacia dónde se encamina, ya lo creo», tercia Suso, de Santa María de Teixeiro. Y así se va alargando la sobremesa de una xuntanza con música de gaitas bien templadas.