a pie de calle

La rosa de pan de Sant Jordi

L'Obrador, en la calle de Santaló.

L'Obrador, en la calle de Santaló.

JOAN BARRIL

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Las fiestas son tanto más importantes cuanto mayor es la liturgia que las rodea. La Navidad, el fin de año o la Pascua son un buen ejemplo de lo que sucede hasta el punto que ya ni sabemos si los fastos son más importantes que las fiestas. La Iglesia decidió adaptar el calendario pagano a las nuevas realidades de la nueva religión. Pero quedaron algunos flecos. Por ejemplo, Sant Jordi.

Los enigmas de Sant Jordi siguen vigentes. Se trata de un santo sin más milagros que el que significa estar en la bandera de algunos países y el de sacar una vez al año los libros a la calle, que en los tiempos que corren ya es un verdadero milagro.

Pero la fiesta de Sant Jordi, sin necesidad de pintar de rojo el día 23, es una fiesta que tiene una virtud. Hay gente. Y eso, en el mundo del comercio importa mucho. Los libros son el alimento del alma. Pero no hay fiesta que no sea comestible. Turrones,panellets, monas, butifarras de huevo o las uvas de Nochevieja son pequeñas muestras de lo que significa una fiesta a nivel corporal. También los vieneses, cuando se vieron libres del asedio turco, inventaron el cruasán, una plasmación pastelera que permitió a los austriacos zamparse la media luna que los turcos lucían en sus estandartes.

También aquí Sant Jordi ha llegado, como los niños, con un pan debajo del brazo. Hace años se inventó elpa de Sant Jordi, que consistía en una manera vienesa de comerse una bandera. Se trata de un pan en el que, al corte, aparecen entre la miga las cuatro barras de lasenyera. Existe una ley que protege los símbolos nacionales del ultraje y de la destrucción, pero en ningún lugar está codificado que el acto de comerse una bandera sea un delito. Será tal vez porque el acto de comer comporta indulgencia plenaria. O como decían los clásicos latinosprimum vivere, deinde philosophare, o sea que primero vivir y luego, ya filosofaremos. ¿Qué autoridad se atrevería a negar el pan a los hambrientos o simplemente a los caprichosos?

La novedad de este año la han traído a Barcelona los tres locales de L'Obrador: en Santaló, en República Argentina y en Sarrià. Sus ingenieros panificadores han concebido el Pa de la Rosa, un esponjoso pan con sabor a pan y un retrogusto floral que casa con todo.

Alimento universal

3 Una vez más el pan se convierte en el alimento más universal de Occidente. El pan es un acompañante de grandes platos y también la garantía de que gozamos de mínimos de supervivencia. Nos ganamos el pan con el sudor de la frente, que es una de las metáforas más repugnantes que se mantiene vigente. Pero el pan es un alimento noble que sirve para la transubstanciación de Cristo y para nutrir a los héroes del trabajo manual con el pretexto del bocadillo.

El Pa de la Rosa de L'Obrador es una pieza decorativa y de miga rosada en la que se han mezclado esencias suaves que nos excitan el sentido del olfato y del gusto. Se hace difícil convertir ese pan ritual en un accesorio de las buenas mesas. En realidad es un prodigio que nace de noche y que crece de madrugada y que dura lo que dura hasta el punto que el comensal se resiste a cortar.

Es lo que tienen las imágenes consagradas a un solo día. Pasa el tiempo, el pan se seca, pero su forma permanece. Se trata de un pan que dificilmente se erosionará en un montón de migas. No nos comemos las margaritas, pero la rosa, convenientemente encerrada en la masa, es una flor que nos recuerda que la primavera ha llegado y se ha instalado sobre los manteles.