a pie de calle

Tres músicos atípicos actuan en los trenes de Rodalies

Patricio, Gonzalo y Raúl (de izquierda a derecha), el viernes, en un tren de Rodalies a la altura de El Prat.

Patricio, Gonzalo y Raúl (de izquierda a derecha), el viernes, en un tren de Rodalies a la altura de El Prat.

EDWIN WINKELS

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Llegan a la parte baja del vagón a una mala hora, sobre las tres de la tarde, a la altura de Gavà. Nunca los trenes de Rodalíes van tan vacíos como a esta hora. No les importa. Al menos tienen sitio para sentarse juntos y desenfundar sus preciosas armas: una guitarra, una flauta travesera y un cajón flamenco. Comienzan a tocar. Cabezas se levantan de un diario o de un ligero sueño de siesta. Oídos se afinan, tímpanos se dejan acariciar. Un hombre de origen magrebí comienza a marcar el ritmo con los pies. Una joven se levanta de su asiento lejano y se acerca, para sentarse en primera fila. En unos pocos segundos, la habitual indiferencia del pasajero del tren hacia el músico de turno se transforma en atención y curiosidad. Hay muchos músicos de tren, cada mañana y tarde, a veces hasta tres en un solo trayecto, y la mayoría de una calidad cuestionable, siempre con la misma canción pegadiza, tipo éxito de los años setenta, como la zampoña del inevitableGheorghe Zamfir.

Esta vez, también suena algo de esa década de los setenta, pero muy diferente. La mayoría de los pasajeros no reconocerá la melodía, pero tengo la suerte de saberme casi de memoria, entregado y atrapado por tres guitarras magistrales, el increíble discoFriday night in San Francisco que unos jovencísimos Paco de Lucía, Al di Meola y Johnny McLaugh-lin grabaron en una noche mágica de 1971. Y ahí, en una hora inesperada, en un lugar insospechado como el vagón de un tren, llegan de repente unos trazos delMediterranean Sundance que conquistó medio mundo.

Regalar una sonrisa

«Da igual que no haya mucha gente, hay que aprovechar el momento. Y el tren se puede llenar», dicen los músicos. Además, pasa lo que no pasa nunca: casi todos los pasajeros se meten una mano en el bolsillo y les dejan algo de dinero, después del amable discurso del gaditanoRaúl Cabada, artista del cajón y principal cantante del trío. «Pasaré con el monedero, pero si nos quieren regalar una sonrisa, también seremos felices», dice, mientras suenan los tonos melancólicos deGirl from Ipanema.

Raúl, más amante del cante jondo, acepta hacer esta fusión con sus compañeros, los chilenosGonzalo Olguín, el hombre de la flauta, y el guitarristaPatricio.Es bueno intercambiar culturas, estilos de música, y compartirlo con el público.

Quienes no comparten esas ideas son los policías. APatricioya le han confiscado dos veces la guitarra por tocar en la calle, «cuando una vez la llevaba en la funda; no podían demostrar nada». Por eso se han refugiado en el tren.

Me recuerda la historia que me contó una semana antes otro guitarrista, el holandésChristiaan de Jong, desde hace 15 años músico habitual en el parque Güell, para el que compuso incluso un disco, laSuite Gaudí. Ahora suele ofrecer composiciones deFrancesc Tàrrega, pero como las cuerdas de su guitarra clásica no llevan los suaves tonos muy lejos, cuenta con un pequeño amplificador. Incluso ha preguntado al colegio cercano si molestaba; para nada, le dijeron. A un agente, sin ganas de perseguir a carteristas omanteros, no le pareció así. Le confiscó todo. Multa de 90 euros, y otros 190 para recuperar el instrumento. Misma cantidad que tuvo que pagarPatricio, 280 euros. Eso son muchas horas, muchos días tocando en el tren.