El regreso del equipo

Una noche de museo

Unas 1.500 personas asistieron a la primera celebración en Londres antes del regreso

Puyol y Guardiola, delante de Rosell, al bajar del avión de regreso.

Puyol y Guardiola, delante de Rosell, al bajar del avión de regreso.

JOAN DOMÈNECH
BARCELONA

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Como toda obra de arte que merece ser exhibida en un museo, el Barça celebró la que había creado en Wembley en el Museo de Historia Natural de Londres. Un marco inmejorable para una final que será inolvidable. Inmortal. Igual que los anónimos animales disecados que presidían, como testigos mudos, el segundo capítulo de la fiesta azulgrabas. El vuelo de regreso fue un remanso de paz terapéutico imprescindible para afrontar la rúa triunfal. O las consecuencias de la resaca, según se mire.

El primer episodio de éxtasis se vivió en el vestuario, donde corrió el cava y el alcohol con la generosidad que exigía el éxito alcanzado. Donde las dos mujeres que han participado en el día a día de este equipo (Marta Rueda, ecógrafa, y Pilar Vicente, podóloga) surgieron del anonimato y pudieron salvarse in extremis de pasar por la ducha vestidas.

Ducha de cerveza

«Era un día para celebrarlo como la ocasión lo merecía»,admitió Dani Alves, promotor habitual de las mayores manifestaciones de alegría. Con especial generosidad en Londres respecto a Roma.«Aquella la viví desde fuera del campo y no tenía el mismo sabor, esta ha sido más deliciosa»,añadió. Ayer Rueda y Vicente no se libraron de losaspersoresde cerveza que se activaron en el autobús descubierto.

Unas 1.500 personas con pulseritas identificativas entraron en el museo, iluminado con los colores azulgranas. Los jugadores tuvieron un espacio reservado para degustar la cena, cerca de sus familiares. Más allá, invitados, amigos, conocidos, saludados, patrocinadores, ejecutivos y empleados. Por ahí pasó Artur Mas, el presidente de la Generalitat, para dejar constancia de que el apoyo institucional se alargaba más allá del palco.

Núñez ya se apunta

También se dejó ver Josep Lluís Núñez, después de diez años sin querer saber nada del club (rehusó siempre todas las invitaciones de actos, inauguraciones, asistencia a finales), para declarar su adhesión a la junta de Sandro Rosell, y recordar simbólicamente el protagonismo que tuvo el presidente de la primera Copa de Europa.

La rigidez de la normativa británica cerró la fiesta a las tres de la madrugada. Al menos, la del museo. Las consecuencias de la noche se dejaron notar en el vuelo de regreso, esta vez repleto con 330 personas. Entre los pasajeros de la ida, el jueves, faltaban los jugadores, que adelantaron su viaje por la amenaza del volcán.

La red, para los Piqué

Milito, Mascherano y Messi pasaron gran parte del tiempo con sus familiares. El astro, indiferente a la gesta que había protagonizado la noche anterior, se sentó con sus allegados, una quincena, y se puso a jugar un partido en la consola del avión (Argentina-Holanda) mientras en los asientos delanteros, los que ocupaban los jugadores, se desataba una guerra de almohadas. Piqué se escapó un momento para que sus padres custodiaran un saco con dos balones de la final y las redes de la portería.

Mientras, la copa, valiosa como un dinosaurio del museo, recorría el avión para que los pasajeros se inmortalizaran con ella.