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Los perros peligrosos, otra batalla perdida por el civismo en Barcelona

Un hombre fallece por el ataque de cinco perros de raza peligrosa / Atlas

La última batalla perdida en la guerra por el civismo en Barcelona es la de los perros. La moda más reciente es la de poseer animales de razas consideradas peligrosas, a los que la normativa obliga a llevar siempre atados y con el bozal puesto. Pues bien, un simple paseo permite observar que dicha normativa se incumple con toda la impunidad que garantiza la pasividad inexplicable del ayuntamiento de Barcelona y de la Guardia Urbana. Que las calles, plazas y parques (infantiles incluidos) de nuestra orgullosa smart city estén recubiertas de inmundicias, parece una minucia en comparación con el riesgo de que algún niño resulte herido o muerto por el ataque de uno de estos perros. Una sencilla búsqueda en Google permite comprobar que no son imaginaciones ni ciencia-ficción.

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Un incumplimiento flagrante de la normativa, motivado por la ausencia general de consecuencias para el incivismo de algunos dueños de perros. Nada se hace con los perros que ensucian, nada con los perros que molestan a los vecinos, consecuentemente nada con los perros peligrosos.

 Habría que investigar seriamente la razón por la cual Barcelona no se ocupa de delimitar la capacidad de carga de la ciudad: cuántos perros pueden orinar dos veces al día en el suelo de la ciudad y cuáles son las consecuencias. Cuánto nos cuesta a cada ciudadano la limpieza, el mantenimiento y la reposición del mobiliario urbano corroído. Por qué no se implanta el censo de ADN obligatorio y se sanciona duramente a los incívicos. La inmensa mayoría de propietarios estarían seguramente a favor.

Un animalismo mal entendido es el que supone que amar a los perros es dejar a sus dueños hacer lo que les dé la gana. Si queremos garantizar que la ciudad pueda ser compartida con perros y otros animales, hay que poner las bases de la convivencia ahora y asegurar que se cumplan.

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