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No hay camino para la paz, la paz es el camino
Pósits y mensajes solidarios colgados en una parada de la Rambla. / JORDI COTRINA
María de Araceli García Fuentes
Si bien algunos tildan de silencioso el terrorismo yihadista que se ha venido desarrollando en los últimos años por la ausencia de explosivos, en favor de una gran cantidad de recursos que los esbirros del Estado Islámico han encontrado para asesinar a civiles y sembrar el pánico, las redes sociales estos días se han convertido en una auténtica bomba de relojería accionada nada más y nada menos que por el lado más miserable del ser humano: el odio.
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Ahí está, reluciente, recordándonos que a pesar de la oleada de solidaridad y compasión hacia las víctimas del último atentado que ha sacudido a España y al mundo en Barcelona y Cambrils, estamos más ocupados en realizar una persecución contra nosotros mismos que en unirnos contra la política del terror. Una absurda purga para medir quién condena más y quién condena menos el yihadismo; nos insultamos y nos señalamos mientras ISIS nos pisa los talones y se ríe de nosotros, saboreando clamoroso su victoria: haber efectuado con éxito la división interna de la sociedad occidental cuyo miedo no deja pensar con claridad. Tan obcecados por imponer nuestra opinión que nuestro orgullo no nos permite reconocer algo tan simple y tan certero como que la persona que disiente de nuestro 'método infalible' para acabar con el terrorismo desea acabar con él tanto como nosotros. La mayor prueba de ello es el denominador común 'miedo', presente en todas las cabezas y también en el nudo del estómago. Comiendo del dolor y la impotencia de contemplar cómo lo único que poseemos, nuestra vida, es tan frágil como todas las demás que se encuentren en el lugar y momento equivocados.
Por muy bienvenida que sea la libertad de expresión sobre nuestras inclinaciones políticas, hay muchos momentos para expresar desacuerdo con el movimiento independentista o para conceder al discurso en catalán de Colau y Puigdemont la importancia desmesurada que no te puedes permitir cuando hay 100 heridos y 14 vidas arrebatadas. Tampoco es el momento de echar balones fuera, de pasar la patata caliente de izquierda a derecha o de culpar a quienes huyen del mismo terrorismo que nos ha conmocionado junto a todo aquel que no ha sido insolidario con el dolor de los refugiados.
No olvidemos que el problema no es el independentismo, ni la inmigración, ni la izquierda contra la derecha, cristianos contra musulmanes, ni oriente contra occidente, que nadie juega ventaja porque a nadie se le pregunta por la religión que profesa antes de ser vilmente arrebatado de la faz de la Tierra. Se trata del amor contra el odio, la vida contra la muerte, la paz contra la guerra, se trata de ser valientes y estar unidos, la vida por encima de cualquier ideología.
Salgamos a las calles a abrazar sin miedo nuestras diferencias y la grandeza de unirlas contra la intolerancia sin que la islamofobia contamine la visión de la realidad. No es la diversidad nuestra debilidad, sino el arma más potente contra la injusticia. Como dijo Gandhi: "No hay camino para la paz, la paz es el camino".
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