Los últimos cines mágicos

Con sus pantallas gigantes y sus plateas con encanto, los 43 cines de sala única de todos los rincones de España que Juan Plasencia ha fotografiado en el proyecto 'Fila siete' luchan por sobrevivir en la tiranía de las multisalas

Jayán, en Xàbia

Jayán, en Xàbia / periodico

Imma Muñoz

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Hubo un tiempo en el que al descorrer la cortina de terciopelo de un cine se entraba en otro mundo. Un tiempo en el que al desfilar entre las hileras de butacas abarrotadas se dejaban atrás preocupaciones, decepciones y angustias y se avanzaba hacia anhelos y esperanzas. Un tiempo en el que al asomarse a la pantalla inabarcable se acariciaba el futuro. Un futuro que seguramente no se veía en calidad digital, ni sonaba en decenas de altavoces repartidos estratégicamente por la sala para crear un efecto envolvente, ni fluía en tres dimensiones. Más bien se entrecortaba en líneas que atravesaban el lienzo y se comían sílabas enteras, o en puntos negros cuyo diámetro crecía hasta fagocitarlo todo y enmudecer la imagen, entre las quejas de la platea. 

Y seguro que ese futuro no olía a ambientador estándar, sino a sardinas en aceite entre pan y pan, a sudor de llegar a toda prisa de casa o del tajo, a loción Floïd sobre piel imberbe. Y aun así era futuro, porque ahí estaba nuestra educación sentimental, el primer amor que nos arrancaba suspiros plantado frente a nosotros en una pantalla de 12 metros o sentado a nuestra vera a escasos 10 centímetros que se nos antojaban kilométricos, mientras conteníamos la respiración y el pulso galopaba a la espera de rozar fugazmente una mano, de apoyarnos en un hombro, de robar o que nos robaran un primer beso. Ahí estaban, sin saber muy bien ni cuándo ni cómo ni por qué, los adultos que seríamos un día.

EN BUSCA DE LOS RESISTENTES

De todo eso hablan la setentena de imágenes de 'Fila siete'Fila siete', el reportaje fotográfico que ha llevado a Juan Plasencia, técnico de fotografía del Laboratorio de Comunicación de la Universitat Jaume I de Castellón, a recorrer España durante más de dos años y 20.000 kilómetros para sentarse en las butacas, entrar en las cabinas de proyección y hasta colarse en las taquillas de 43 de los últimos cines de sala única del país, 43 recordatorios de cómo las carcajadas cascabelean más y las lágrimas oxidan menos cuando se convierten en una experiencia de comunión grupal al compartirse con cientos de personas en la platea de un cine.

Llorar a coro, reír a coro, abducidos por las imágenes y los sonidos, sí, pero también por la magia del lugar, por su magnificencia, por la certeza de que durante décadas otros muchos han sentido tanto también allí y que ese es el mejor sitio para hacerlo. Para burlar el espacio y el tiempo, para devorar kilómetros y derribar barreras, para que el héroe salga de la pantalla y nos alargue la mano y nos infunda el valor de saltar al otro lado, como Jeff Daniels a Mia Farrow en 'La rosa púrpura de El Cairo', es necesario sentirse en la antesala de otra dimensión, no en esa prolongación del comedor de casa que son la mayoría de multicines de centro comercial, con pantallas no mucho mayores que las domésticas (¡que hay quien la tiene ya en el salón de casa de 60 pulgadas!), poca compañía y muy bajo poder de fascinación. 

Eso lo sabe Plasencia y también los propietarios de las salas que él ha retratado, verdaderos guerreros de la cultura que batallan en la sombra, sin más reconocimiento que el agradecimiento de los vecinos que saben ver que, gracias a la mezcla de vocación, idealismo y costumbre que los lleva a no bajar la persiana de un negocio que cada día lo pone más difícil, su pueblo, por pequeño que sea, no es como los demás del entorno, de la comarca, de la provincia: su pueblo tiene esa ventana al conocimiento, esa ventana a la inmensidad del mundo, que es un cine. 

PROLONGACIÓN DEL HOGAR

¿Cuántas veces le habrán preguntado a Verónica Moreno, propietaria del cine de Villablino, en qué estaba pensando cuando, en el 2010, dejó su empleo para recuperar la ilusión familiar de regentar una sala? A los 32 años, con una hija de 4, decidió seguir los pasos de sus padres, que habían abierto en 1980 el cine Avenida en ese pueblo leonés de menos de 10.000 habitantes y lo habían tenido que cerrar una década después por el 'boom' de los videoclubs. En 1994 volvieron a dejarse tentar por el celuloide, el tacto rugoso de las entradas de cartón y las palomitas (empresa familiar: todos hacen de todo), e inauguraron El Cine. En la misma butaca en la que ella pasó tantas horas se sienta ahora su hija. Porque, para Verónica, no solo es un empleo, no solo es un negocio, no solo es una apuesta por mantener viva la cultura en el pueblo: es una prolongación de su hogar, del de madre y del de hija. 

Y un hogar se defiende con entusiasmo e imaginación de un IVA al 21%; del caramelo de ver lo último de lo último con un solo clic, sin quitarse el pijama ni gastar un euro; de la dificultad de encontrar la financiación para adaptar la sala a los avances tecnológicos y así poder estrenar las películas el día en que lo hacen los multisalas que ya nacieron con tecnología punta.  

A Verónica la entenderían a la perfección los hermanos Juanjo y Javier García, criados en el cine Avenida, de Pedrajas de San Esteban, un pueblo de poco más de 3.000 habitantes a 42 kilómetros de Valladolid; o Toni Catalá, cuya abuela abrió el cine Jayán, en Xàbia, a finales de los 50 y su padre, Antonio Catalá, que llegó a tener cinco salas en ese pueblo de 30.000 habitantes, sigue regentándolo. Él, como sus hermanos, arrimó y arrima el hombro en el negocio familiar, pero además se ha pasado al otro lado: estudió dirección de fotografía y ahora anda, cámara al hombro, en los sets de rodaje. 

Es lo que tiene el celuloide: que si se te pega al alma no hay quien te lo arranque. Y te empuja a seguir levantando la persiana aunque los números flojeen, o a seguir devorando kilómetros en tus ratos libres, como Plasencia, para reivindicar la importancia de estos últimos cines con magia, para homenajearlos, para defenderlos, para que no nos falten nunca. Porque esa es la voluntad última de 'Fila siete': “Que el espectador tome conciencia para que estos espacios mágicos, estas pocas salas que todavía perviven, no acaben cerrando y  desaparezcan de forma definitiva”.