El periodista que mejor atiende el latido de la calle

El periodista Jordi Évole. JOAN CORTADELLAS

El periodista Jordi Évole. JOAN CORTADELLAS / periodico

IOSU DE LA TORRE / Barcelona

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Suena un claxon a modo de aplauso mientrasJordi Évole cruza un paso de cebra en el Eixample. La conductora de la bocina asoma la cabeza para piropear al periodista con un "eres grande". Évole saluda sin detenerse, vista al frente. Parece una escena con las que comienza 'Salvados' un domingo en La Sexta.

Lleva prisa porque se le echa encima la hora en que su hijo acaba la clase de natación. Le ha prometido a Diego (7 años) que lo recogería para volver a casa. Son muchos días al año en que papá está fuera trabajando para mantener muy alto el listón del programa que ha creado un nuevo sello periodístico, que conecta con el estado anímico de un país cada vez más maltratado.

El candidato alCatalà de l'Any 2012 dispone de un lunes libre en casa. "Mi suerte es mi mujer, Esther. que siempre llega a donde no puedo yo", explica durante nuestro encuentro. ¿Y cómo lo lleva Esther? "Bien, bien. Es fotógrafa freelance y cabeza de familia", suspira mientras se acomoda en un restaurante elegido casi al azar, el Ous i Vins. Dos alimentos símbolo del coraje (los huevos) y el equilibrio para regar (con vinos) el éxito de 'Salvados' en la jungla de las audiencias. Un pica pica sencillo --que tenemos prisa--, para escarbar en un hombre sobre el que se ha escrito bastante y que la gente --más de tres millones de personas-- lo contempla como si formara parte de su propia familia.

¿Cinco temporadas de programa, reconocimientos, premios con o referente del periodismo... Y ahora, posible Català de l'Any.

¿Uff... Mejor que no. Me descarto. Siento como vergüenza. No es falsa modestia. Me da cosa imaginármelo. Que no se equivoquen los votantes. Todos los demás candidatos suman más méritos que yo. De verdad, es una responsabilidad enorme. Y, además, quién es capaz de superar el discurso que pronunció el año pasado el maestro Joaquim Maria Puyal. Quite, quite...

Apura el vaso de agua y convence con esa mirada limpia con la que descorcha a los personajes con los que hila sus guiones. 'Salvados' ha evolucionado hacia lo serio, la espuma gamberra de las primeras ediciones se ha evaporado, mantiene la audacia y ha conseguido dictar su propia agenda sin agobiarse con lo más inmediato. El gran equipo de Évole se adelanta y marca tendencia. ¿Intuye cuál es el espectador tipo de 'Salvados'? "Consume poca televisión, pero que nos busca y luego se dedica a otras cosas. Leer, navegar en internet, cenar, todo lo demás", resume con alegría didáctica.

La fama se combate con naturalidad, sin darle importancia, porque las palmadas de la gente, los fans que le piden retratarse con él, aportan alegría. "No me agobia sentirme observado, la gente es muy correcta". Una frase que repiten varios personajes más conservadores a los que ha atornillado es: "¡Ay, cuando le diga a mi hijo que me verá en tu programa!". Salir en 'Salvados' tiene morbo y riesgos. Que se lo pregunten al expresidente balear Jaume Matas.

Otra de los grandes aportaciones del programa es descubrir personas anónimas que animan la escena pública. Nuevas voces que ayudan a entender que está pasando. Es el caso del expresidente de la Bolsa de París, Francisco Álvarez Molina, con su defensa de que otra economía es posible. O del abogado suizo Daniel Ordás, que tras explicarle a Évole el sistema político helvético recibió el encargo editorial de España se merece... democracia directa y triunfa dando conferencias. Igual que sucedió con la catedrática Elvira Méndez y la crisis en Islandia.

Una anécdota que ilustra el magnetismo de este personaje que rechaza ofertas para hacer publicidad: el expresidente del Cornellà, José Gálvez, bautizó la zona de prensa del club con el nombre del ilustre convecino, que solo lo aceptó a condición de que la sala Évole llevase el añadido exfutbolista de la escuela de fútbol del Cornellà. "Fui un mal extremo", admite cuando se da cuenta de que la hora se ha echado encima. Le espera Diego. Acelera el paso, suena aquel claxon aplauso y conduce apurando el cronómetro.

Un 'whatsapp' ("¡Llegué!") con la foto de la piscina confirma que papá Évole ha cumplido su palabra