Análisis
El prostituidor
«La prostitución y el mal que la acompaña, la trata de personas para fines de prostitución, son incompatibles con la dignidad y el valor de la persona humana». Así considera las Naciones Unidas el fenómeno de la prostitución y desde esta perspectiva se ha legislado en nuestro país al haber suscrito el Convenio de 1949. Pese a tan pomposas declaraciones de principios, y aunque nuestro vigente Código Penal considere delito lucrarse de la prostitución ajena, los burdeles se exhiben sin recato en ciudades y carreteras, se anuncian en radio y televisión y en muy pocas ocasiones suscitan malestar entre la ciudadanía, salvo los vecinos que aducen molestias derivadas sobre todo por elhorario nocturno.
Es el ejercicio de tal actividad en la calle lo que dispara las alarmas, por su visibilidad, por la transparencia de su crudeza, que fotografía un tipo de relación entre personas absolutamente deshumanizada, basada en la cosificación del cuerpo de la mujer. Cuantos organismos han estudiado el tema coinciden en que se nutre de la pobreza y marginalidad de quienes se ven abocadas a tales prácticas y son la base de la trata de mujeres con fines de explotación sexual.
Estas prácticas suponen para ellas agresiones físicas en el 82% de los casos, amenazas en el 83% y que en el 68% han sido violadas en el ejercicio de la actividad (en un 27% de los casos, violaciones múltiples). Se ha advertido de que es una de las modalidades de violencia de género que constituye una nueva forma de esclavitud.
El desmantelamiento de las redes es un elemento clave, y por ello el Plan Integral de Lucha contra la Trata de Seres Humanos con fines de Explotación Sexual va viendo sus frutos con el goteo de arrestos que conocemos día a día y el cierre de algunos importantes locales de alterne. ¿Pero qué pasa con el cliente, con ese ser invisible que es el responsable de la demanda, que acepta unas relaciones íntimas fundamentadas en el poder del dinero sin que se pregunte si la otra persona está traficada, está enferma, en situación extrema o amenazada… si ríe, si llora, si siente?
Ese hombre, el prostituidor, debería ser objeto de sanción, porque eso sería disuasorio, porque supondría una implicación de los poderes públicos en la desactivación de una conducta nociva privándola de valor, de confianza o de energía moral, como aconsejabaSigma Huda, relatora especial de la ONU sobre las víctimas de tráfico de personas.
En algunos países se ha llevado a la práctica y los resultados demuestran su eficacia, pero la globalización del fenómeno abre fisuras si cruzando una frontera la conducta es impune. Por eso, como todos los grandes males que azotan a la sociedad moderna (el tráfico de armas, de drogas…), requiere actuaciones semejantes en defensa de la salud, la vida y la dignidad de las mujeres. No podemos entender cumplido el objetivo de igualdad de trato entre los sexos mientras obviemos el conocimiento de estas prácticas, que tienen su base en la más profunda de la desigualdad. Poco conseguiremos si solo nos centramos en el eslabón más débil, el de quienes son explotadas, pasando por alto al prostituidor, ciudadano ufano que en el ejercicio de su libertad no siente comprometido con ello el sistema de valores que nuestras leyes han ido tejiendo en defensa de los derechos humanos.
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