Montal, un presidente sin hagiógrafos

Agustí Montal saldó su tiempo con excelente nota, aun cuando sus adversarios le suspendieran por sistema

Montal, en una renovación de contrato de Cruyff, tras el cual aparecen Joan Granados y Laureano Ruiz, rodeados de varios periodistas.

Montal, en una renovación de contrato de Cruyff, tras el cual aparecen Joan Granados y Laureano Ruiz, rodeados de varios periodistas. / periodico

FREDERIC PORTA / BARCELONA

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En tiempos de 'posverdad', cuando cualquier falacia puede cuajar como cierta a poco que cuente con el viento favorable de las corrientes de opinión, el fallecimiento de Agustí Montal Costa se expresa a la manera de claro ejemplo en tales prácticas. Montal fue, precisamente, una palmaria víctima de las etiquetas que ciertos intereses colocan a quienes temen y respetan, haciéndoles pasar por quienes no son con el objetivo de minimizarles.

La historia del Barça ha sido tergiversada y contada de manera tan arbitraria que apenas guardamos definiciones superficiales, y erróneas, sobre personajes básicos de su pretérito. Así, Enric Llaudet fue un desastre que campeó como pudo con la travesía del desierto de los 60. Falso: bastante mérito le toca por evitar la bancarrota de un club hundido tras la construcción del Camp Nou. Sigamos con los ejemplos: Agustí Montal Galobart, padre del finado, fue presidente franquista en los años 40. Erróneo: supo organizar el primer equipo potente de posguerra, llenó Les Corts, compró terrenos para el nuevo Estadi, abrió un resquicio de catalanismo entre la monolítica imposición dictatorial y sentó las bases para la llegada del Barça de les Cinc Copes.

INJUSTICIA MONUMENTAL

Con su hijo de igual nombre, heredero de la empresa textil Montalfita, la injusticia perpetrada raya lo monumental. Permaneció ocho años en el palco, desde 1969 y 1977, durante tiempos de continuo temporal y con adversarios, internos y externos, de enorme enjundia. Y saldó su tiempo con excelente nota, aun cuando sus adversarios le suspendieran por sistema, consiguiendo además que su interesada percepción llegara a cuajar.

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Solo aterrizar, lidió con enorme dignidad el tremendo 'caso Guruceta', explosión de protesta tras largos años de acumular arbitrariedades. Recuperó rápido su nombre original, el de Futbol Club. Afrontó, por compromiso con el carácter polideportivo secular, la creación del Palau Blaugrana y también, del Palau de Gel. Denunció alcaldadas mayúsculas como el escándalo de los oriundos gracias al informe revelador elaborado por el abogado Miquel Roca Junyent, ataque frontal a las carcomidas estructuras que permitió la apertura posterior de fronteras a los futbolistas extranjeros.

Se rodeó de un equipo valioso de directivos, con nombres como Armand Carabén, Joan Granados o Jaume Rosell, y poco le importó que ciertos interesados medios le presentaran como hombre melifluo, nada enérgico, superado por el cargo y sus exigencias. Nada de eso, todo lo contrario. Catalanista entre pares, igual se las ingeniaba para que Manel Vich hablara la lengua públicamente prohibida por megafonía, con la excusa de los niños perdidos, como organizaba unos fastos conmemorativos del 75º aniversario que significaban una afrenta directa, y muy valiente, contra el poder establecido. Pura reivindicación de la importancia de lo que Vázquez Montalbán había definido entonces como 'ejército desarmado simbólico de Catalunya'.

GERD MÜLLER POR CRUYFF

El día que se estrenó el himno 'Cant del Barça', ese inmejorable texto de Josep Maria Espinàs aún hoy fresco y vigente, también se tocó el 'Cant de la Senyera', la gran referencia prohibida. Y ese gol por la escuadra a la intransigencia se transmitió en directo por televisión a toda España, como deseo explícito de abrir ventanas tras décadas de enclaustramiento forzado. Le acusaban de apocado, aunque sus hechos lo negaran de manera constante. Quiso fichar a Gerd Müller por si fallaba la carta Cruyff con un presidente del Ajax, Van Praag, más receptivo a la oferta blanca, y apenas tardó tres semanas tras la muerte del dictador en propiciar la aparición de las prohibidas 'senyeres' en las gradas del Estadi en otro pulso de arrojo. Guante de terciopelo en puño de hierro, aunque nadie lo viera así entre sus contemporáneos. Prefirieron negarle, incluso vejarle sin razones.

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La democracia, por cierto, llegó a Catalunya tiempo antes gracias al fútbol. Montal contrató a Rinus Michels para establecer las bases del modelo deportivo y confió la resurrección del equipo a una apuesta singular llamada Johan Cruyff. Mientras la prensa satírica le despedazaba, mientras los adversarios le convertían en muñeco de pim-pam-pum, don Agustí presidía el 0-5 del Bernábeu, el resultado que resumía el final del calvario y el inicio de la esperanza, todo reducido en 90 minutos de formidable poder simbólico.

UN DESGASTE TREMENDO

Tras dos legislaturas y basta, después de un tremendo desgaste, Agustí Montal lo dejó mientras Johan recogía la única Copa de su época como futbolista ante el Las Palmas. Ambos estaban agotados, pero habían realizado la misión encomendada. Lo sabían en su fuero interno porque fuera, la posverdad seguía negándoles el pan y la sal, con el tono ácido de las falsedades que huyen de reconocer triunfos y méritos de tus rivales más respetables. Agustí Montal fue mejor presidente de lo que saltó en su tiempo de boca en boca. Incluso muchísimo mejor, por la fuerza de la realidad.