MARATÓN DE CLÁSICOS

Regreso al santuario

El Barça de Guardiola elimina al Madrid y cierra el círculo que se inició con Cruyff en Wembley

DAVID TORRAS
BARCELONA

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Wembley, otra vez. Tenía que ser así. El rondo que se inició hace 19 años vuelve al punto de partida, al escenario donde Pep Guardiola subió los 39 escalones y recogió aquella primera Copa de Europa. «Ja la teniu aquí», gritó aquel joven en la plaza de Sant Jaume, sin imaginar que el tiempo le devolvería al origen de todo, convertido en el más ilustre sucesor que Cruyff podía tener. Un círculo perfecto como el que hizo anoche el equipo, abrazado y saltando, mientras el Madrid se retiraba cabizbajo y Mourinho debía preguntarse en la soledad del hotel, donde se quedó escondido: «¿Por qué? ¿Por qué?».

La respuesta se la ha dado el Barça con el mejor estilo. Y con el balón. Para él y para el Madrid, la temporada se acabó. Hasta la próxima, si es que está. Pero anoche, Mou sí quedó en segundo plano, fuera de un escenario que ha envilecido de mala manera y que seguirá agitando porque no le queda otra cosa, como hizo su alumno, Karanka, un triste actor, convertido al mal perder del mourinhismo que ha cautivado a un vestuario que tiene más de secta que de equipo. En la despedida, se marchó renegando del árbitro por un gol anulado y con un patético rastro de quejas y acusaciones, que refuerzan todavía más la necesidad de hacer cruz y raya con Florentino y compañía. Ni una más.

Los culés tienen algo mucho mejor en qué pensar. Ayer, nadie miraba el marcador, un 1-1 poco fiel al juego de unos y otros, porque todo el mundo miraba más allá: ahí está Wembley. En esos instantes de euforia, con Abidal convertido en el simbólico héroe de la fuerza de este Barça, se escuchó la voz de Guardiola en el videomarcador rememorando una promesa que ha vuelto a cumplir, como todas las que ha hecho desde el primer día. «Os debemos una», resonó, en una imagen que rescató un recuerdo perdido, el de la final del Bernabéu. Un año después, la deuda está saldada, a la espera de redondearla el día 28 con la cuarta Copa de Europa (¿quién podía imaginarlo antes de que Cruyff pusiera en marcha el rondo?), probablemente frente al Manchester en la segunda final en tres años. Como en Roma, pero, qué cosas, sin Ronaldo. Cristiano dejó Old Trafford en busca de gloria, pero eligió un mal destino. Una Copa, que ya ha quedado enterrada, y la pesadilla de ver a Messi siempre por delante. Así seguirá. El Balón de Oro no se toca y la hegemonía azulgrana, la consagración de un estilo y de una manera de ser, tampoco.

«¿Por qué? ¿Por qué?», cantó el Camp Nou una y otra vez. No hubo respuesta porque el autor de ese lloriqueo estaba escondido en un hotel, contemplando el fracaso de su obra, contemplando el gesto torcido y la cara de palo de Florentino cuando Pedro marcó el 1-0 e hizo más imposible igualar o remontar el 0-2. El Barça pudo sentenciar (Casillas volvió a aparecer), pero eligió la fórmula del control , con toques y más toques, en una danza que tuvo grandes momentos y a la que le faltó más contundencia delante. Da igual. Como que el árbitro no dejara al Madrid otra vez con 10 como merecía por el juego sucio en medio de la impotencia.

En medio de una tormenta de agua, quizá un mensaje del cielo al Madrid, en una noche que se inició con el Camp Nou cantando el himno a capella, en un coro de gallina de piel, acompañado por un gigantesco mosaico y la leyenda «Gràcies, equip», el corazón se disparó cuando apareció Abidal bajo una emoción indescriptible. Un contraste más frente a un Madrid que ha perdido la sensibilidad empujado por la endiablada figura de Mourinho. El Barça es otra cosa. ¿Por qué? Tampoco lo entenderían.