No tan deprisa, forastero
El 'brexit', las mentiras de su campaña y el desconcierto generado por el resultado acabaron de decantar a un votante que dudaba entre socialistas y Podemos pero que jamás ha dudado de su europeísmo
Antón Losada
Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Santiago de Compostela
ANTÓN LOSADA
Todo parecía ir lanzado. Nadie había dado más credibilidad al sorpasso en la izquierda que el propio PSOE con un errático inicio de campaña donde había cometido todos los errores posibles: enredarse con las encuestas, acudir al debate sin saber para qué o avejentar su mensaje para asegurarse todavía más al votante que ya tenía seguro.
Por su parte, Podemos había ejecutado con rapidez el manual del partido atrapa todo: mucho márketing y poca política. Tras su matrimonio de conveniencia con IU había concentrado sus esfuerzos en sustituir la cal viva por besos y flores. Si algo puede reprochársele será un exceso en sus cariños, similar al anhelo de las misses por la paz mundial. Pocas cosas movilizan más al votante ajeno que el paternalismo.
Pero de repente la realidad irrumpió en una campaña pensada para el entretenimiento. Los errores de sus rivales más que aciertos propios volvieron a meter a los socialistas en la carrera. La burda manipulación del vídeo de Sánchez y el niño estalló en las manos de sus autores. El Fernándezgate situó en la agenda la regeneración democrática y la corrupción en el peor momento para un PP que había logrado esquivarla en campaña y un Podemos que venía de la imprudencia de Monedero y sus órdenes a jueces y policías. El brexit, las mentiras de su campaña y el desconcierto generado por el resultado acabaron de decantar a un votante que dudaba entre socialistas y Podemos pero que jamás ha dudado de su europeísmo.
Podemos cometió un error de lectura y otro de comunicación en su interpretación de los resultados. Atribuir el éxito del brexit a un rechazo compartido de las políticas de austeridad y culpar a Europa cuando sus valedores se sitúan en la derecha extrema supone una torpeza que nadie que aspire a ocupar la socialdemocracia puede cometer. En política ni hay que tener la razón siempre, ni todo tiene por qué darte la razón. Cuando algo es una mala noticia sale mejor reconocerlo, no inventarse una buena.
Los socialistas han leído mejor la recta final. Pedro Sánchez supo centrar su discurso en dos mensajes que su electorado quería escuchar: voto limpio y seguro. A Pablo Iglesias le faltó instinto para reducir una velocidad óptima para una campaña donde el principal objetivo era acercarse a un votante que, según el CIS, se sitúa a tres puntos de distancia, pero inservible para gestionar la incertidumbre que reventó el final de la campaña. La propaganda funciona mal en las crisis. Resuelve mejor la comunicación. Mientras Sánchez se concentraba en hablar de regeneración, Iglesias se empeñaba en matar a un ministro ya cadáver poniendo en duda la validez del proceso electoral.
Volvemos a la casilla de salida pero no a la misma situación. La izquierda no suma y la derecha se acerca. Para tener un Gobierno estable hay que buscar un aliado al otro lado de la polarización. O alguien de la izquierda deja gobernar a la derecha o alguien de la derecha deja gobernar a la izquierda. Si el revivido Sánchez quiere llegar a gobernar no debería renunciar a intentar reeditar el Gobierno del cambio de diciembre y que cada palo aguante su vela.
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