Repaso histórico
Twitter, el megáfono de la política (para bien y para mal)
De las primaveras árabes al 'procés', del ascenso de Trump a la popularización de todo tipo de conspiraciones, la red social ha sido indispensable en la construcción de la realidad política de muchos países
Carles Planas Bou
Periodista
Periodista tecnológico entre el mundo digital y la política internacional. Centrado en capitalismo de plataformas, IA, vigilancia y derechos digitales. Excorresponsal en Berlín durante más de cuatro años, cubrió los gobiernos de Merkel, la crisis de los refugiados y el auge de la extrema derecha. También ha trabajado en Europa Central y en Canadá. Graduado en Periodismo por la URL y máster en Relaciones Internacionales por la UAB. Ha colaborado con TV3, TVE, Deutsche Welle, Catalunya Ràdio, El Orden Mundial o El Salto.
“Sin Twitter yo no estaría aquí”. Cuatro meses después de iniciar su mandato, en 2017, Donald Trump confesaba orgulloso en una entrevista al Financial Times que había instrumentalizado la red social para llegar a la Casa Blanca, una improbable victoria que transformó la realidad política en Estados Unidos y que sentó un precedente sobre cómo podía ser usada como megáfono ideológico.
Twitter nació a mediados de 2006 con la intención de ser un espacio en el que conectar con tus amigos y explicarles tus novedades. Las celebridades fueron las primeras en colonizar la plataforma pero la política tardó poco en detectar las oportunidades comunicativas que les daba.
De Obama a la Primavera Árabe
Barack Obama fue el más avispado y en 2007 se unió a Twitter, abriéndose así un canal para hablar directamente con los ciudadanos y para captar fondos. Un año después se convertía en el primer presidente afroamericano de EEUU tras capturar el 66% del voto menor de 30 años. Las elecciones ya se podían ganar en internet. Y pagando mucho menos que con publicidad tradicional. La estrategia comunicativa de Obama cambió el terreno de juego político y su victoria evidenció que Twitter –y otras redes sociales como Facebook, Youtube o Instagram— podían ser herramientas cruciales para marcar el debate y opinión pública, un poder que sedujo a muchos.
Sin embargo, la política no solo se libra en los despachos. El 4 de enero del 2011, el joven comerciante tunecino Mohamed Bouazizi se inmoló para denunciar la represión de la dictadura de Ben Ali. El fuego que abrasó su cuerpo hasta la muerte también prendió la mecha de la protesta social en Túnez, encontrando vacíos digitales en la censura del régimen y logrando su derrocamiento. Las marchas encontraron un aliado en plataformas como Twitter, que contribuyeron a viralizar las imágenes y su mensaje de denuncia, incendiando las calles de otros países como Egipto, Libia o Bahréin. Aunque su rol a veces ha sido simplificado, la naturaleza instantánea de la comunicación en las redes ayudó a dar forma a lo que se conoció como la Primavera Árabe.
Redes, un espejo deformado
Estos dos hitos contribuyeron a normalizar el uso de Twitter alrededor del mundo como un espacio donde acceder casi en tiempo real a lo que sucedía alrededor del mundo. Conscientes de ello, los periodistas hicieron de Twitter su red social favorita, pues les abrió la puerta a seguir la actualidad, a contactar con fuentes y a construirse una comunidad propia de lectores con la que interactuar. Eso, a su vez, hizo que el poder político y económico acentuase su presencia en la plataforma, buscando así una mayor oportunidad de destacar en medio de una lucha frenética por captar la atención. No estar en Twitter (o en otras redes) es no existir. Todo ello ha hecho de la plataforma del pájaro azul una especie de plaza pública digital.
Sin embargo, las redes sociales no son un reflejo puro de la realidad, sino más bien un espejo deformado. Espacios como Twitter buscan mantenerte enganchado en la plataforma para recabar más datos de ti y usarlos para vender publicidad, y la mejor manera de retenerte es mostrándote lo que quieres ver, lo que concuerda con tus ideas. En el campo ideológico, este sesgo de confirmación ha llevado a los usuarios a negar distintos puntos de vista, una cámara de eco que ha alimentado la polarización y radicalización de la sociedad.
Trump y el incendio social
Donald Trump y sus asesores fueron más listos que nadie al detectar como las redes sociales (y el capitalismo de la atención que las rige) recompensan las provocaciones, insultos y comentarios indignantes pues apelan a las emociones y generan más reacciones. En 2011, el magnate inmobiliario reconvertido en estrella televisiva empezó a tuitear frenéticamente, estudiando como explotar las normas del juego hasta domarlas como nadie.
Desde humillar a sus rivales a difundir conspiraciones racistas contra Obama, lo aprendido entonces fue perfeccionado en la campaña electoral de 2016 que le llevó, contra todo pronóstico, al poder. Siguiendo los códigos de la extrema derecha digital, su estilo simplón, grosero y abiertamente discriminatorio animó a los suyos e irritó a sus adversarios, sentimientos que la red amplifica. Aún desde la responsabilidad de la Casa Blanca y siendo el mandatario más seguido en Twitter (88,9 millones), Trump mantuvo su método troll, atizando a sus fieles a proseguir una guerra cultural y amplificando (también a través de bots) todo tipo de conspiraciones racistas, antisemitas o contra el sistema democrático de su país.
Más de 16 años después de su nacimiento, Twitter sigue siendo un espacio esencial para el debate político y la construcción de la opinión pública. Un megáfono que sirve a activistas para protestar contra aquello que buscan cambiar, pero también una herramienta que –como confesó Trump—permite a políticos de todo el mundo lanzar sus consignas propagandísticas esquivando la fiscalización de los críticos.
Sin embargo, la presencia de la política en Twitter puede ser menos abultada de lo que el espejo deformado nos muestra. Un estudio reciente del Pew Research Center señala que a pesar que un 33% de los tuits que publican los estadounidenses son políticos, un 78% de estos son producidos por mayores de 50 años.
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