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¿A qué olía la Edad Media? (spoiler: mejor de lo que nos habían contado)

Una investigación desmonta la fama de época insalubre y carente de higiene que persigue al Medievo. Fueron los siglos en los que se popularizaron las letrinas, el jabón, las multas por arrojar basuras y entraron en funcionamiento los hospitales

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Edad Media. Cuadro de unos baños públicos

Edad Media. Cuadro de unos baños públicos / EPC

Juan Fernández

Juan Fernández

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El Medievo ha quedado fijado en el relato histórico como uno de los períodos más oscuros y menos lustrosos del pasado de Europa. Reluciente y humanista, el Renacimiento se encargó de alicatar ese retrato sombrío de las centurias que le precedieron y el anticlerical siglo XIX remarcó más tarde el perfil tenebroso de una época de clausura marcada por el sometimiento al yugo eclesiástico. ¿Quién iba a querer reivindicar una era que conoció una pandemia llamada peste negra?

La Edad Media está condenada a tener pocos novios. Sin embargo, la historiografía reciente ha empezado a redibujar esa estampa lóbrega a partir de nuevos registros testimoniales y de una mirada más libre de prejuicios. Los últimos en sumarse a esa corriente han sido los historiadores y divulgadores Javier Traité y Consuelo Sanz de Bremond, autores de ‘El olor de la Edad Media’ (Ático de los Libros), donde proponen un viaje medieval guiado por el olfato que tira por tierra la imagen insalubre y roñosa que aún pervive de esa época.

No solo el olfato. En el voluminoso tratado de mil páginas que acaban de publicar hay olores de amplio espectro, desde el aroma a estiércol que se respiraba en el medio rural, mayoritario en una época que dependió de la agricultura como ninguna otra, al del jabón, cuyo consumo se popularizó en estos siglos. Pero, sobre todo, están los usos y costumbres que siguieron aquellos europeos para cuidar su aseo, que distan de ser los la sociedad descuidada y maloliente que nos habían contado. 

Cepillado de dientes

“No hemos querido ofrecer una imagen rosa de la Edad Media, porque no se ajustaría a la realidad, pero sí desmontar los falsos mitos de abandono higiénico que rodean a ese tiempo”, advierte Traité, quien aún se declara “sorprendido” de los hallazgos sobre salud bucal que ha encontrado al documentar el ensayo. “Dices Medievo y piensas en mandíbulas desdentadas, pero los restos óseos de la época muestran dentaduras perfectas, carentes de caries o sarro, y en muchos escritos se alude al hábito que tenían de cepillarse los dientes con ramas de arbustos, raíces y paños”, aclara el historiador.

Edad Media. Imagen pictórica de unas monjas lavándose los pies

Edad Media. Imagen pictórica de unas monjas lavándose los pies / .

La fuga de la ciudad al campo que marcó los siglos posteriores a la caída del Imperio Romano dejó en desuso muchas termas urbanas, pero no eliminó el aprecio por los lavados. “El pelo, al menos una vez a la semana, sobre todo los domingos antes de los ritos religiosos. En los monasterios, lo primero que hacían con los peregrinos que alojaban, era asearlos. Y el lavado de manos estaba siempre presente cuando había comida de por medio”, explica Sanz de Bremond.

Faltaban varios siglos para que se descubrieran los microbios, pero la misma Edad Media que vio nacer los hospitales, extendió entre la población la sospecha de que suciedad y enfermedad mantenían una relación muy estrecha. “Creían en el miasma, que era la putrefacción maloliente de los humores internos, y pensaban que se contagiaba por el aire. Sin tener conocimientos científicos, intuían que el mal olor tenía que ver con las infecciones, y que había que evitarlo”, ilustra Traité.

Pubis rasurados

Los retretes, que en la Antigua Roma estaban en el interior de las viviendas al lado de la cocina, en esta época se sitúan en el exterior, y se normaliza la gestión de los excrementos, que periódicamente se trasladan de los pozos ciegos al campo para ser usados como abono. Las letrinas, individuales y con agua corriente, se incorporan a los monasterios como un espacio imprescindible.

“Es en este momento cuando, por pudor religioso ante el desnudo humano, la visita al baño se convierte en un hábito privado e individual”, señala el historiador. Pero pudor no es sinónimo de descuido. “Los rasurados estaban a la orden del día, incluido el del pubis de las mujeres. Llevarlo afeitado era señal de pertenencia a una clase social elevada”, revela Sanz de Bremond.

Imagen de unos baños medievales

Imagen de unos baños medievales / .

La religión fue el diapasón de la vida en la Edad Media, al margen del dios al que se rezara, y también fue una fuente de suspicacias a cuento del aseo. Frente al hábito higiénico de los musulmanes, que litúrgicamente tenían que lavarse cinco veces al día, a los cristianos les persiguió una fama de poco limpios. “Infundada, porque el abandono del cuerpo que practicaban los ascetas no significa que el resto de creyentes no se lavara. Siguieron haciéndolo, mucho, y los baños públicos se convirtieron en lugares para el encuentro, y a veces también para el pecado”, puntualiza la historiadora.

Si hubiera que elegir un olor para identificar a la Edad Media, los investigadores no dudan en señalar al del humo. “Las chimeneas eran el eje de las casas y la leña estaba siempre ardiendo, para cocinar y dar calor al hogar”, explican. Frente al cliché del Medievo subdesarrollado de calles embarradas y espacios públicos abandonados, a ambos les ha sorprendido la voluminosa legislación que han encontrado dedicada a cuidar a los habitantes de las ciudades y sancionar a los incívicos. “En Girona, la industria del lino, que generaba malos olores, fue obligada a mudarse a las afueras para que los vecinos pudieran respirar un aire más limpio”, citan como ejemplo del “paisajismo sanitario” que se practicó en aquel tiempo, en el que arrojar basuras a la vía pública estaba tan mal visto y como ahora “y también era objeto de multa”.

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