Pederastia en la escuela

Tercera denuncia policial contra el jesuita Francesc Peris: "Conmigo fue un psicópata"

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Francesc Peris, sacerdote del colegio de Casp acusado de abusos

Francesc Peris, sacerdote del colegio de Casp acusado de abusos / El Periódico

Guillem Sánchez

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Albert Falcón, un exalumno del colegio jesuita de Casp de Barcelona nacido en 1982, es la tercera víctima del sacerdote Francesc Peris que ha acudido a los Mossos d’Esquadra para presentar una denuncia policial contra este exprofesor. En total son siete las denuncias formalizadas por abusos perpetrados supuestamente por docentes de este centro: tres contra Peris, dos contra Francesc Roma y otras dos contra sendos profesores laicos que ejercían en el Kostka, una escuela que fue adjunta a la de Casp para familias sin recursos. Las acusaciones -que han hecho que la orden comparezca este miércoles ante la prensa para pedir perdón pero sin aclarar si los acusados han confesado- que llueven estos días sobre antiguos formadores del colegio son, sin embargo, muchas más. En especial sobre Peris. 

Atractivo, carismático, seductor, Peris no se comportaba como un cura pero lo era, y gozaba de su poder, también durante los años 90, según recuerda Albert, cuando el colegio ya estaba integrado por plantillas de profesores y directores seglares. "Estaba muy por encima del resto", asegura en declaraciones a EL PERIÓDICO. 

Maltrato psicológico

"Me gustaría que en esta noticia se pusiera énfasis en el maltrato psicológico al que me sometió y no tanto en los abusos físicos", pide Albert antes y después de la entrevista telefónica. La manipulación que sufrió por parte de un adulto al que admiraba es lo que realmente le ha dejado secuelas que truncaron su ruta académica de joven y que han condicionado su forma de relacionarse afectiva y sexualmente con sus parejas de más mayor.

"Peris se fue acercando a mí paulatinamente, se tomó un año de tiempo", explica. "Ahora sé que actuó como un psicópata, con un plan para captarme poco a poco, para ganarse mi confianza", prosigue, dando por sentado que Peris tuvo que hacer lo mismo con muchos otros alumnos, tanto niños como niñas. Transcurrido ese tiempo de acercamiento, horneado con sonrisas cómplices por el pasillo y con golpecitos en la espalda, Peris lo citó a una tutoría y cerró la puerta del despacho. Entonces Albert ya se sentía querido por Peris y, aunque le llamó la atención el gesto de bloquear la entrada con la excusa del "para que no nos molesten", no vio nada malo en ello.

La manipulación

Peris, durante aquel encuentro que tuvo que ocurrir cuando Albert tenía 14 o 15 años, se fue acercando a él y, hablándole de la importancia del deporte y de lo mucho que había cambiado su cuerpo, comenzó a tocarlo: primero le cogió una mano, después le masajeó la espalda y el pecho. Al final, sentándose a su lado, le puso la mano sobre la rodilla, le preguntó si le molestaba y avanzó, sin dejar de lanzar comentarios periféricos, hasta acabar posándose sobre sus genitales.

"Yo era muy ingenuo. No entendía qué estaba sucediendo. Me paralicé. Ni huí corriendo ni dije nada. Pero vio mi rostro. Paró y acabó la tutoría", recuerda Albert. La relación cambió por completo tras aquel episodio. Peris pasó a torcer el gesto cada vez que se cruzaba con Albert. "Fue muy cruel, porque tan cálida era su sonrisa como dura la mueca de desaprobación que pasó a poner cada vez que me miraba", recuerda.

El chantaje

Peris pareció castigar a Albert por su bloqueo cuando tocó sus genitales. E incluso acabó contactando con sus padres, meses después, para comunicarles que Albert no tenía capacidad para estudiar y que no llegaría a la universidad. "Es verdad que comencé a suspender a partir del curso siguiente y que no he podido terminar mi carrera. Pero me dejó agotado emocionalmente lo que Peris hizo conmigo", subraya.

Albert ha dado el paso de denunciar y de acudir a los medios de comunicación para que sigan aflorando los abusos de profesores como Peris o Roma. Él pensó durante mucho tiempo que fue el único que había vivido algo así con Peris y ahora sabe que no, que el sacerdote en el que más confiaba era un "depredador". "Que me hiciera daño alguien en quien yo confiaba tanto ha sido lo más difícil de comprender", concluye.

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